Maná y Vivencias Pascuales (34), 3.5.24

May 3, 2024

Viernes de la 5ª semana de Pascua

Ascensión del Señor...
Ascensión del Señor…

Textos bíblico-litúrgicos.- Entrada: Ap 5,12; 1era lectura: Hch 15, 22-31; Salmo: 56, 8-9.10.12; Aleluya: Jn 15-15b; Evangelio: Jn 15, 12-17; Comunión.

ENTRADA Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Aleluya.

TEMA CENTRAL: LA ALEGRÍA PASCUAL (5)

Uno de los elementos característicos de la espiritualidad pascual es la alegría, el gozo en el Señor. Por una parte, la alegría es el resultado de la celebración pascual y por otra, es origen y disposición para experimentar a Cristo presente en toda nuestra existencia. En realidad, sólo hay una alegría verdadera, la de Cristo.

Por eso, nuestra alegría pascual consiste en recibir la alegría misma de Cristo. Jesús siempre tuvo el corazón en fiesta, pero particularmente en la muerte y en la resurrección, aunque parezca extraño.

Al final de su vida Cristo ha experimentado una plenitud de realización personal y de perfecta obediencia, afectiva y efectiva, en su relación vital con el Padre en el Espíritu.

Es decir, plena felicidad, y satisfacción: Todo está cumplido, dijo en la cruz; ahora el Hijo glorificará al Padre y el Padre glorificará al Hijo con la gloria que tenía antes de la creación del mundo; por eso, todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra; ahora el Hijo llevará a una multitud de hermanos a la gloria; con vosotros no tengo secretos porque sois mis amigos; el Padre os ama; me voy a prepararos un lugar para que estéis siempre conmigo y contempléis mi gloria, la que me da el Padre.

Son, pues, muchos los motivos que tiene el Señor para estar satisfecho, alegre y feliz para siempre. Ha dado gloria al Padre cumpliendo perfectamente su voluntad hasta el final, llevando una vida sumisa a la voluntad del Padre. Ha vivido confiado y abandonado en las manos del Padre.

Y ha sido amigo del hombre, solidario y fiel hasta dar la vida por la salvación de los hombres. Ha renunciado a salvarse solo él, a espaldas de sus hermanos, los hombres; no ha querido salvarse sin ellos.

Ahora, él quiere transmitirnos esa misma alegría, ese triunfo suyo, esa vida pletórica que nada ni nadie podrá estropear ni opacar, para que nuestras alegrías lleguen a plenitud, según los designios del Padre, fuente de todo bien, y gracias al Espíritu santificador y consolador.

Por eso, rezamos con la oración colecta de la misa de hoy:

Danos, Señor, una plena vivencia del misterio pascual, para que la alegría que experimentamos en estas fiestas sea siempre nuestra fuerza y nuestra salvación. Por nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA: Hch 15, 22-31

En aquellos días, los apóstoles y los presbíteros, con toda la Iglesia acordaron elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas, Barsabá, y a Silas, miembros eminentes de la comunidad, y les entregaron esta carta:

«Los apóstoles, los presbíteros y los hermanos, saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, los han inquietado y perturbado con sus palabras.

Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviarlos a ustedes, junto con los queridos hermanos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida al servicio de nuestro Señor Jesucristo.

En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que les referirán de palabra lo que sigue:

Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponerles más cargas que las indispensables: que no coman carne sacrificada a los ídolos, ni sangre, ni carne de animales sin desangrar, y que se abstengan de la fornicación. Observen estas normas dejándose guiar por el Espíritu Santo. Adiós».

Los despidieron y ellos bajaron a Antioquía, donde reunieron a la comunidad y entregaron la carta. Al leer aquellas palabras alentadoras, se alegraron mucho.

SALMO 56, 8-12

Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar y a tocar: Despierta, gloria mía; despiértense cítara y arpa, despertaré a la aurora.

Te daré gracias ante los pueblos, Señor, tocaré para ti ante las naciones: Por tu bondad que es más grande que los cielos, por tu fidelidad que alcanza a las nubes.

Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llena la tierra tu gloria.

Aclamación: Jn 15, 15b

A vosotros os llamo amigos, dice el Señor, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer. Aleluya.

EVANGELIO: Jn 15, 12-17

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si cumplen lo que les mando.

Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su Señor: a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre.

Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca.

Así es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi nombre. Ámense los unos a los otros: esto es lo que les mando.

HIMNO PASCUAL

Cristo, alegría del mundo, resplandor de la gloria del Padre.

¡Bendita la mañana que anuncia tu esplendor al universo!

En el día primero, tu resurrección alegraba el corazón del Padre.

En el día primero, vio que todas las cosas eran buenas porque participaban de tu gloria.

La mañana celebra tu resurrección y se alegra con claridad de Pascua.

Se levanta la tierra como un joven discípulo en tu busca, sabiendo que el sepulcro está vacío.

En la clara mañana, tu sagrada luz se difunde como una gracia nueva.

Que nosotros vivamos como hijos de luz y no pequemos contra la claridad de tu presencia.

Cristo, alegría del mundo, resplandor de la gloria del Padre.

¡Bendita la mañana que anuncia tu esplendor al universo!

SACERDOTES: Ser honestos para con Dios y los hermanos.

«Mal oficio es el de aquel que, en lugar de acercar el hombre a Cristo, lo aleja, porque se ha puesto él mismo como modelo y ‘roba a Cristo los ojos de los cristianos’. Que lo vean a él, no a ti. Por tu parte, nunca te has de hartar de mirar a Cristo. Si uno se mira a sí mismo, surge la desconfianza… Y de esta manera seremos agradables a los ojos de aquel Señor que ha puesto los suyos sobre nosotros… y ganaremos nuestras ánimas y las de muchos; y seremos dignos de este excelente nombre de sacerdotes de Dios» (San Juan de Ávila, patrono del clero español).


Maná y Vivencias Pascuales (33), 2.5.24

May 2, 2024

Jueves de la 5ª semana de Pascua

Espíritu
El Espíritu Santo les mostrará la verdad plena

Textos bíblico-litúrgicos.- Entrada: Ex 15, 1-2; 1era lectura: Hch 15, 7-21; Salmo: 95, 1-3.10; Aleluya: Jn 10, 27; Evangelio: Jn 15, 9-11; Comunión: 2 Cor 5, 15.

ENTRADA: Ex 15, 1-2

Cantemos al Señor, sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Señor Dios todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo; no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus maravillas en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella. Por nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA: Hch 15, 7-21

En aquellos días, después de una acalorada discusión, Pedro se puso en pie y dijo a los apóstoles y a los ancianos: Hermanos, ustedes saben cómo Dios intervino en medio de ustedes ya en los primeros días, cuando quiso que los paganos escucharan de mi boca el anuncio del Evangelio y abrazaran la fe.

Y Dios, que conoce los corazones, se declaró a favor de ellos, al comunicarles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No ha hecho ninguna distinción entre nosotros y ellos, sino que purificó sus corazones por medio de la fe.

¿Quieren ustedes ahora mandar a Dios? ¿Por qué quieren poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que nuestros padres no fueron capaces de soportar, ni tampoco nosotros? Según nuestra fe, la gracia del Señor Jesús es la que nos salva, del mismo modo que a ellos.

Toda la asamblea guardó silencio y escucharon a Bernabé y a Pablo, que les contaron los signos y prodigios que habían hecho entre los paganos con la ayuda de Dios.

Cuando terminaron de hablar, Santiago tomó la palabra y dijo: Hermanos, escúchenme: Simón acaba de recordar cómo Dios, desde el primer momento, intervino para formarse con gentes paganas un pueblo para su nombre.

Los profetas hablan el mismo lenguaje, pues está escrito: Después de esto volveré y construiré de nuevo la choza caída de David. Reconstruiré sus ruinas y la volveré a levantar, para que el resto de los hombres busquen al Señor, todas las naciones sobre las cuales ha sido invocado mi nombre. Así lo dice el Señor, que hoy realiza lo que tenía preparado desde siempre.

Por esto pienso que no debemos complicar la vida a los paganos que se convierten a Dios. Digámosles en nuestra carta tan sólo que no se contaminen con la idolatría ni con la fornicación y que no coman sangre ni animales estrangulados.

Porque durante muchas generaciones, en la sinagoga de cada ciudad, han leído a Moisés todos los sábados, y lo han explicado.

SALMO 95, 1-10

Canten al Señor un cántico nuevo, cante al Señor toda la tierra. Canten al Señor, bendigan su nombre.

Proclamen día tras día su victoria. Cuenten a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones.

Díganles a los pueblos: «El Señor es rey, él afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente”.

EVANGELIO: Jn 15, 9-11

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así también los he amado yo: Permanezcan en mi amor.

Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor; como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

Les he dicho todas estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa.

COMUNIÓN: 2 Cor 5, 15.- Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. Aleluya.

Del tratado de Tertuliano, presbítero,
sobre la prescripción de los herejes

La predicación apostólica

Cristo Jesús, nuestro Señor, durante su vida terrena, iba enseñando por sí mismo quién era él, qué había sido desde siempre, cuál era el designio del Padre que él realizaba en el mundo, cuál ha de ser la conducta del hombre para que sea conforme a este mismo designio; y lo enseñaba unas veces abiertamente ante el pueblo, otras aparte a sus discípulos, principalmente a los doce que había elegido para que estuvieran junto a él, y a los que había destinado como maestros de las naciones.

Y así, después de la defección de uno de ellos, cuando estaba para volver al Padre, después de su resurrección, mandó a los otros once que fueran por el mundo a adoc­trinar a los hombres y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Los apóstoles –palabra que significa «enviados»–, después de haber elegido a Matías, echándolo a suertes, para sustituir a Judas y completar así el número de doce (apoyad­os para esto en la autoridad de una profecía contenida en un salmo de David), y después de haber obtenido la fuerza del Espíritu Santo para hablar y realizar milagros, como lo había prometido el Señor, dieron primero en Judea testimonio de la fe en Jesucristo e instituyeron allí Iglesias, después fueron por el mundo para proclamar a las naciones la misma doctrina y la misma fe.

De modo semejante, continuaron fundando Iglesias en cada población, de manera que las demás Iglesias fundadas posteriormente, para ser verdaderas Iglesias, tomaron y siguen tomando de aquellas primeras Iglesias el retoño de su fe y la semilla de su doctrina.

Por esto también aquellas Iglesias son consideradas apostólicas, en cuanto que son descendientes de las Iglesias apostólicas.

Es norma general que toda cosa debe ser referida a su origen. Y, por esto, toda la multitud de Iglesias son una con aquella primera Iglesia fundada por los apóstoles, de la que proceden todas las otras.

En este sentido son todas primeras y todas apostólicas, en cuanto que todas juntas forman una sola. De esta unidad son prueba la comunión y la paz que reinan entre ellas, así como su mutua frater­nidad y hospitalidad.

Todo lo cual no tiene otra razón de ser que su unidad en una misma tradición apostólica.

El único medio seguro de saber qué es lo que predicaron l­os apóstoles, es decir, qué es lo que Cristo les reveló, es el recurso a las Iglesias fundadas por los mismos apóstoles, las que ellos adoctrinaron de viva voz y, más tarde, por carta.

El Señor había dicho en cierta ocasión: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; pero añadió a continuación: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena.

Con estas palabras demostraba que nada habían de ignorar, ya que les prometía que el Espíritu de la verdad les daría el conocimiento de la verdad plena.

Y esta promesa la cumplió, ya que sabemos por los Hechos de los apóstoles que el Espíritu Santo bajó efectivamente sobre ellos (Caps. 20, 1-9; 21, 3; 22, 8-10: CCL 1, 201-204).


San José Obrero: La actividad humana en el mundo

May 1, 2024

Fiesta de San José Obrero, 1 de mayo 2024

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Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres

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De la Constitución pastoral Gáudium el spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano segundo (Núms. 33-34).

LA ACTIVIDAD HUMANA EN EL MUNDO

El hombre, con su trabajo e ingenio, siempre se ha esforzado por desarrollar más y más su vida; pero hoy, gracias a la ciencia y la técnica, ha dilatado su dominio casi a la universalidad de la naturaleza, y lo acrecienta de día en día.

Y, con la ayuda principalmente de los múltiples intercambios entre las naciones, la familia humana poco a poco ha llegado a reconocerse y constituirse como una sola comunidad mundial. Con lo cual se consigue que muchos de los bienes que en otro tiempo el hombre esperaba principalmente de las fuerzas superiores hoy se los procure ya por su propio trabajo.

Frente a un esfuerzo tan colosal, que ya envuelve a todo el género humano, se plantean ante los hombres múltiples interrogantes: ¿cuál es el sentido y valor de tanta laboriosidad?, ¿qué uso se ha de hacer de estas riquezas?, ¿a qué fin tiende el esfuerzo de individuos y sociedades?

La Iglesia, que guarda el depósito de la palabra de Dios, de la que se deducen los principios del orden religioso y moral, sin que por ello posea siempre la inmediata respuesta a cada una de las preguntas, desea unir la luz de la revelación al saber de todos los hombres, para iluminar el camino recientemente emprendido por la humanidad.

Una cosa hay cierta para los creyentes: que la actividad humana, individual y colectiva, es decir, el conjunto inmenso de los esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para mejorar su condición de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios.

El hombre, creado a imagen de Dios, recibió el mandato de someter la tierra y cuanto en ella se contiene, gobernar el mundo en la justicia y santidad y, reconociendo a Dios como creador de todo, orientar hacia él la propia persona y todo el universo: de este modo, sometiendo a sí todas las cosas, hacer admirable el nombre de Dios en el universo.

Este destino vale también para los quehaceres más ordinarios. Hombres y mujeres, que mientras se ganan con el trabajo el sustento para sí y para la familia organizan su trabajo de modo que resulte provechoso para la sociedad, tienen derecho a pensar que con ese mismo trabajo complementan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia.

Los cristianos, por consiguiente, lejos de pensar que las obras que consigue realizar el hombre con su talento y su capacidad se oponen al poder de Dios y que la creatura racional es como émula del Creador, cultivan más bien la persuasión de que las victorias del género humano son un signo de las grandezas de Dios y un fruto de su inefable designio.

Por eso, cuanto más crece el poder del hombre, más aumenta su propia responsabilidad, singular o colectiva. De donde es evidente que el mensaje cristiano no aparta al hombre de la construcción del mundo, ni lo impulsa a descuidar el interés por sus semejantes; más bien lo obliga a sentir esta colaboración como un verdadero deber.

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Lectura primera de la fiesta: las dos opciones.

1. Génesis 1: 26–2:3

Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las serpientes que serpean por la tierra.

Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó. Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.»

Dijo Dios: «Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la haz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento. Y a todo animal terrestre, y a toda ave de los cielos y a toda serpiente de sobre la tierra, animada de vida, toda la hierba verde les doy de alimento.» Y así fue.

Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció: día sexto. Se concluyeron, pues, los cielos y la tierra y todo su aparato, y dio por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera.

Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho.

2. Colosenses 3: 14-15, 17, 23-24

Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos.

Y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre. Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, conscientes de que el Señor os dará la herencia en recompensa. El Amo a quien servís es Cristo.


Maná y Vivencias Pascuales (32), 1.5.24

May 1, 2024

Miércoles de la 5ª semana de Pascua

La vid y sus frutos: Cepa, sarmientos y racimos de uva.
La vid y sus frutos: Cepa, savia, sarmientos y racimos de uva.

ENTRADA: Sal 70, 8-23

Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria todo el día. Te aclamarán mis labios, Señor. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

¡Oh Dios!, que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido; atrae hacia ti el corazón de tus fieles, para que siempre vivan a la luz de tu verdad los que han sido librados de las tinieblas del error. Por nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA: Hech. 15, 1-6

En aquellos días, unos que bajaron de Judea aleccionaban a los hermanos con estas palabras: Ustedes no pueden salvarse, a no ser que se circunciden como lo manda Moisés. Esto ocasionó bastante perturbación, así como discusiones muy violentas de Pablo y Bernabé con ellos. Al fin se decidió que Pablo y Bernabé junto con algunos de ellos subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los apóstoles y los presbíteros.

La Iglesia los encaminó, y atravesaron Fenicia y Samaría. Al pasar contaban con todo lujo de detalles la conversión de los paganos, lo que produjo gran alegría en todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia, por los apóstoles y los presbíteros, y les expusieron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos.

Pero se levantaron algunos del grupo de los fariseos que habían abrazado la fe, y dijeron: Es necesario circuncidar a los no judíos y pedirles que observen la ley de Moisés. Entonces los apóstoles y los presbíteros se reunieron para tratar este asunto.

SALMO 121, 1-5

¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.

Allá suben las tribus, las tribus del Señor según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor. En ella están los tribunales de justicia en el palacio de David.

Aclamación: Jn 15, 4.5b.- Permaneced en mí, y yo en vosotros – dice el Señor-, el que permanece en mí da fruto abundante. Aleluya.

EVANGELIO: Jn 15, 1-8

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Ustedes ya están limpios gracias a la palabra que les he anunciado; permanezcan en mí como yo en ustedes. Como el sarmiento no puede producir fruto por sí mismo si no permanece en la vid; tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí.

Yo soy la vid y ustedes los sarmientos: el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí, no pueden hacer nada. Al que no permanece en mí, lo arrojan fuera como el sarmiento, y se seca: luego los recogen y los echan al fuego y se queman.

Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán. Con esto recibe gloria mi Padre, con que den fruto abundante; así serán discípulos míos.

Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el evangelio de san Juan

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos

El Señor, para convencernos de que es necesario que nos adhiramos a él por el amor, ponderó cuán grandes bienes se derivan de nuestra unión con él, comparándose a sí mismo con la vid y afirmando que los que están unidos a él e injertados en su persona, vienen a ser como sus sarmientos y, al participar del Espíritu Santo, comparten su misma naturaleza (pues el Espíritu de Cristo nos une con él).

La adhesión de quienes se vinculan a la vid consiste en una adhesión de voluntad y de deseo; en cambio, la unión de la vid con nosotros es una unión de amor y de inhabitación. Nosotros, en efecto, partimos de un buen deseo y nos adherimos a Cristo por la fe; así llegamos a participar de su propia naturaleza y alcanzamos la dignidad de hijos adoptivos, pues, como afirma san Pablo, el que se une al Señor es un espíritu con él.

De la misma forma que en un lugar de la Escritura se dice de Cristo que es cimiento y fundamento (pues nosotros, se afirma, estamos edificados sobre él y, como piedras vivas y espirituales, entramos en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, cosa que no sería posible si Cristo no fuera fundamento), así, de manera semejante, Cristo se llama a sí mismo vid, como si fuera la madre y nodriza de los sarmientos que proceden de él.

En él y por él hemos sido regenerados en el Espíritu para producir fruto de vida, no de aquella vida caduca y antigua, sino de una vida nueva que se funda en su amor. Y esta vida la conservaremos si perseveramos unidos a él y como injertados en su persona; si seguimos fielmente los mandamientos que nos dio y procuramos conservar los grandes bienes que nos confió, esforzándonos por no contristar, ni en lo más mínimo, al Espíritu que habita en nosotros, pues, por medio de él, Dios mismo tiene su morada en nuestro interior.

De qué modo nosotros estamos en Cristo y Cristo en nosotros nos lo pone en claro el evangelista Juan al decir: En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu.

Pues, así como la raíz hace llegar su misma manera de ser a los sarmientos, del mismo modo el Verbo unigénito de Dios Padre comunica a los santos una especie de parentesco consigo mismo y con el Padre, al darles parte en su propia naturaleza, y otorga su Espíritu a los que están unidos con él por la fe: así les comunica una santidad inmensa, los nutre en la piedad y los lleva al conocimiento de la verdad y a la práctica de la virtud (Libro 10, cap. 2: PG 74, 331-334).

SALUDO PASCUAL A LA VIRGEN MARÍA (4)

La Iglesia tiene dos formas de saludar a la Virgen María durante el año litúrgico: el propio del tiempo pascual, el “Regina Coeli”, y el “Ángelus” para el resto del año. En su momento hicimos un comentario al Ángelus. Ahora vamos a comentar muy brevemente el saludo pascual: ¡Reina del cielo, alégrate! ¡Aleluya!

La Virgen María estuvo particularmente cercana a Jesús en los misterios de su muerte y resurrección, en el nacimiento de la Iglesia y en venida del Espíritu Santo. Cumplida su misión terrena fue llevada al Cielo y coronada de gloria junto a su Hijo, esperando que Cristo recapitule todas las cosas y las entregue al Padre.

María es la perfecta discípula del Señor que colaboró como nadie, y de manera totalmente excepcional, en la obra de la redención: comenzando por el misterio de la Encarnación y culminando su misión participando en la muerte y resurrección de su Hijo.

Recordemos que ella permaneció firme, fiel e íntegra ante el misterio de la muerte y sepultura de su hijo Jesús. Ella, la “mujer”, la nueva Eva, recibe el testamento del Crucificado: “Ahí tienes a tu hijo”.

Ella sabe en fe que Jesús no puede morir. Por eso, la Iglesia siempre ha creído que la Virgen María fue la primera que creyó en la resurrección, la primera que “vio” a Jesús como Resucitado y constituido Señor y Salvador. No le hacían falta apariciones. Ningún evangelista narra esas posibles apariciones.

De ahí que la Virgen María es la que mejor puede iniciarnos en la fe pascual, en la experiencia de la salvación plena en Cristo el Señor. Ella es la Madre del Resucitado. De hecho María, rodeada de otras mujeres testigos de la resurrección, acompañó a los discípulos en el proceso pascual del alumbramiento del nuevo Israel, la Iglesia, hasta recibir la plenitud del Espíritu en Pentecostés, como la verdadera y única madre de los creyentes. Ella es la llena del Espíritu Santo.

Nadie mejor que ella nos puede acompañar en este tiempo pascual hasta que experimentemos la plena salvación en Cristo. Por eso, la Iglesia la saluda con especial devoción, alegría y esperanza durante el tiempo pascual.

REINA DEL CIELO, ALÉGRATE, ALELUYA

Alégrate, María, porque Dios está definitivamente prendado de tu belleza y santidad: Amándote con predilección, va forjando tu personalidad única. Eres su obra maravillosa, la llena de gracia.

Dios Padre bendice y corona a María porque todas las expectativas que proyectaba sobre ella han sido plenamente cumplidas. No le ha defraudado en lo más mínimo. Alégrate, María, aleluya. Y alaba a tu Dios porque ha hecho obras grandes en ti.

PORQUE EL SEÑOR, A QUIEN HAS MERECIDO LLEVAR, ALELUYA

Vive el Señor, a quien has merecido llevar: primero por la fe en tu mente, y después en tu seno, Virgen María. Aleluya.

María ha vivido la intimidad más delicada y tierna con el Hijo de Dios concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.

Una experiencia inimaginable, que ni ojo puede ver, ni oído oír, ni puede venir a mente humana algo parecido.

El Hijo unigénito de Dios ha concedido a María -llena de gracia- la facilidad y el gozo de cumplir la voluntad del Padre creador, de una manera espontánea, querida de corazón, alegre y plena; por ello gratificante, pues colabora con el plan de Dios como si se tratara de algo soñado por ella misma.

Ninguna posibilidad de gracia venida del Padre ha sido despreciada o frustrada en María, gracias a la comunión que se le ha concedido experimentar con el que habita en el seno del Padre “comiendo” su voluntad, con el que es el Rostro de Dios, la Imagen del Padre.

En definitiva, con el que es su propio hijo. Un hijo al que la Virgen María da vida y conforma en su seno, pero a la vez, él conforma a su madre, la modela y perfecciona en una vida totalmente sumisa a la voluntad del Padre.

Por eso, ahora en el cielo, el Hijo de María corona a su Madre como Reina y Señora del universo, de cuanto fue creado y recreado en Cristo.

HA RESUCITADO, SEGÚN SU PALABRA, ALELUYA

La Virgen María ha sido habitada por el Poder de Dios. El Espíritu de Dios ha venido sobre toda su persona, sobre todo su ser hasta hacer su morada en ella.

El Espíritu ha estado guiando sus pensamientos y acciones durante toda su existencia. Gracias al Espíritu María ha colaborado en la obra de la salvación como nadie.

Verdaderamente Dios, por su Espíritu, ha estado grande con ella: ha concebido al Hijo de Dios, y lo ha acompañado en toda la gesta de la salvación, pasando por su muerte y resurrección.

Ella, llena del Espíritu, ha mantenido la fe de los discípulos hasta el día de Pentecostés. Ella es Madre de la Iglesia. Y su misión continúa en el cielo intercediendo por los hijos de la Iglesia.

Así su maternidad llega a plenitud, según los designios de Dios; de un Dios que es comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu. María entra de lleno en la vida íntima de la Trinidad.

Por eso, en verdad, la Virgen María es honrada como Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, y Esposa del Espíritu Santo. ¡Dichosa tú que has creído!

RUEGA AL SEÑOR POR NOSOTROS, ALELUYA

– GOZA Y ALÉGRATE, VIRGEN MARÍA, ALELUYA

– PORQUE VERDADERAMENTE HA RESUCITADO EL SEÑOR, ALELUYA

OREMOS

Oh Dios, que mediante la resurrección de tu Hijo Jesucristo, te has dignado alegrar al mundo; concédenos, por la intercesión de la Virgen María, alcanzar los gozos de la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.


Así marcó Juan Pablo II el milenio

abril 30, 2024

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El Papa Juan Pablo II saluda a los jóvenes en la JMJ de Toronto, julio de 2002

POR Marcin Kazmierczak – Decano de la Facultad de Comunicación, Educación y Humanidades de la Universitat Abat Oliba CEU

25 de Abril de 2024

«Tú llevarás a la Iglesia al tercer milenio». Estas son las palabras que, recién elegido Papa, Karol Wojtyla recibió de su viejo amigo y mentor, el cardenal Stefan Wyszynski, arzobispo de Varsovia y primado de Polonia.

Palabras que resultaron proféticas, aunque nada parecía augurarlo cuando, el día 13 de mayo de 1981, Ali Agca (a todas luces contratado por la KGB) le disparaba hiriéndolo de gravedad. Se debatió entre la vida y la muerte y, aunque salió victorioso de esta prueba, le dejó secuelas en la salud para el resto de su vida.

Estas, sin embargo, no impidieron que llevara a cabo uno de los pontificados más largos (27 años) y más fructíferos de la historia de la Iglesia. Este sábado se cumple una década de su canonización, que tuvo lugar nueve años después de su muerte.

En la juventud le tocó vivir el trauma de su Polonia natal, sometida en primer lugar a la ocupación nazi, que en cinco años causó la pérdida de un 20 % de la población. En segundo lugar, al ser expulsados los nazis, se instaló el régimen comunista de corte soviético, que también tuvo un carácter totalitario y, entre sus objetivos, consta la persecución de los intelectuales y de la Iglesia.

De este modo, Karol, desde sus años de seminarista clandestino (los nazis cierran las universidades y los seminarios) y luego como sacerdote y obispo vivió enfrentado continuamente a los ocupantes, quienes pusieron todo tipo de dificultades y obstáculos para impedir una libre práctica de fe, además de las demás libertades básicas.

Todo tenía que estar controlado por el Estado y sometido a la ideología totalitaria de este. En estas circunstancias, Wojtyla adquirió una especial sensibilidad respecto a la importancia de defender la dignidad inalienable y la libertad de cada persona.

De ahí su escepticismo frente a los dirigentes soviéticos hasta que llegó Gorbachov, con quien estableció una relación de cierta proximidad; así como su denuncia de las dictaduras posteriores, tanto de izquierdas como de derechas, en países tales como Nicaragua, Filipinas o Chile, y de las ideologías consumista, hedonista, relativista, etc., que, aunque no aprisionan el cuerpo, sí llevan al individuo a la esclavitud interior.

En este sentido, en sus llamadas encíclicas sociales, fue fiel a los principios de la doctrina social de la Iglesia, ya trazados por León XIII a finales del siglo XIX y consistentes en un rechazo vehemente tanto del liberalismo individualista y egoísta como del colectivismo marxista.

Mensajero de la misericordia

Al principio de su pontificado el mismo Juan Pablo II anunció que una de las misiones principales que Dios le encargó para el mismo era la de proclamar la misericordia de Dios. Por eso fue conocido por muchos (incluido el Papa Francisco) como el mensajero de la misericordia.

Sin duda, el hecho de haber sido testigo de cerca del poder del mal, así como que justamente en su ciudad de Cracovia estuviera enterrada sor Faustina Kowalska (1905-1938), la autora del diario espiritual sobre las revelaciones de Jesucristo acerca de la Divina Misericordia, influyeron en su interés por este mensaje.

El eje central del mismo es la insistencia de Cristo en que el poder de su misericordia, expresada mediante el sacrificio en la cruz, es más grande que el abismo de la maldad, aunque esta parezca abrumadora, especialmente a la luz de los traumas colectivos del siglo XX.

La urgencia de transmitir este mensaje de viva voz a toda la humanidad, tal y como reclama Jesucristo en el Diario de santa Faustina Kowalska, fue uno de los grandes impulsos que convirtieron a Juan Pablo II en un Papa viajero, que visitó 129 países, recorriendo 1,2 millones de kilómetros (tres veces la distancia a la luna).

De este modo fue, en palabras de su biógrafo George Wiegel, la persona que en el momento de su muerte había alcanzado «la mayor visibilidad en la historia».

En este breve repaso del legado de Juan Pablo II conviene enumerar al menos algunas de sus otras facetas relevantes. Por ejemplo, la de haber sido un Papa de los jóvenes, al arrancar la iniciativa de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Fue, asimismo, un Pontífice literato, que publicó poemas y obras de teatro, en gran medida inspirados en los místicos españoles.

Como Papa comunicador, reformó el gabinete de prensa del Vaticano y se acercó como ningún Santo Padre anterior a los periodistas.

Fue, además, el Papa de la familia y del matrimonio, realidades a las que dedicó numerosos escritos que promueven una comprensión más profunda y la admiración por ellas.

Sin duda, podríamos añadir muchas facetas más, pero quizás quedémonos con la última, de gran actualidad: la del Papa que dignificó la enfermedad y el sufrimiento. Esta se hizo visible especialmente en los últimos años de su vida, cuando llevó sus achaques con dignidad y valentía dando ejemplo y transmitiendo ánimo a los enfermos y a todos los que sufren.

Al ver cómo convertía su sufrimiento en oración, ofreciendo por ejemplo sus enfermedades por las familias, aprendíamos el verdadero valor del dolor y el potencial transformador de la oración y del sufrimiento.


Maná y Vivencias Pascuales (31), 30.4.24

abril 30, 2024

Martes de la 5ª semana de Pascua

¡Oh Trinidad eterna! ¿Podías darme algo más preciado que tú mismo?

ENTRADA

Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, pequeños y grandes, porque ya llega la victoria, el poder y el mando de su Mesías. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Señor, tú que en la resurrección de Jesucristo nos has engendrado de nuevo para que renaciéramos a una vida eterna, fortifica la fe de tu pueblo y afianza su esperanza, a fin de que nunca dudemos que llegará a realizarse lo que nos tienes prometido. Por nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA: Hech 14, 19-28

En aquellos días llegaron unos judíos de Antioquía y de Icononio y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad dejándolo por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la ciudad.

Al día siguiente salió con Bernabé para Derbe. Después de haber evangelizado esa ciudad, donde hicieron muchos discípulos, regresaron de nuevo a Listra y de allí fueron a Iconio y Antioquía.

A su paso animaban a los discípulos y los invitaban a perseverar en la fe; les decían: «Es necesario que pasemos por muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios».

En cada Iglesia designaban presbíteros y, después de orar y ayunar, los encomendaban al Señor en quien habían creído. Atravesaron la provincia de Pisidia y llegaron a la de Panfilia.

Predicaron la Palabra en Perge y bajaron después a Atalía. Allí se embarcaron para volver a Antioquía, de donde habían partido encomendados a la gracia de Dios para la obra que acababan de realizar.

A su llegada reunieron a la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto las puertas de la fe a los pueblos paganos. Permanecieron allí bastante tiempo con los discípulos.

SALMO 144, 10-21

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor. Que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.

Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor, todo viviente bendiga su santo nombre, por siempre jamás.

ACLAMACIÓN: Lc 24, 26.- Era necesario que el Mesías padeciera, y resucitara de entre los muertos, para entrar en su gloria.

EVANGLIO: Jn 14, 27-31a

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: La paz les dejo, mi paz les doy: la paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo.

Saben que les dije: Me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Les he dicho estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que cuando sucedan, ustedes crean.

Ya no hablaré mucho más con ustedes, pues se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago.

Del Diálogo de santa Catalina de Siena, virgen, sobre la divina providencia

Gusté y vi

¡Oh Deidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión de la naturaleza divina diste tanto valor a la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo en el que cuanto más busco, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco.

Tú sacias al alma de una manera en cierto modo insaciable, pues en tu insondable profundidad sacias al alma de tal forma que siempre queda hambrienta y sedienta de ti, Trinidad eterna, con el deseo ansioso de verte a ti, la luz, en tu misma luz.

Con la luz de la inteligencia gusté y vi en tu luz tu abismo, eterna Trinidad, y la hermosura de tu criatura, pues, revistiéndome yo misma de ti, vi que sería imagen tuya, ya que tú, Padre eterno, me haces partícipe de tu poder y de tu sabiduría, sabiduría que es propia de tu Hijo unigénito.

Y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, me ha dado la voluntad que me hace capaz para el amor.

Tú, Trinidad eterna, eres el Hacedor y yo la hechura, por lo que, iluminada por ti, conocí, en la recreación que de mí hiciste por medio de la sangre de tu Hijo unigénito, que estás amoroso de la belleza de tu hechura.

¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Deidad, oh mar profundo!: ¿podías darme algo más preciado que tú mismo? Tú eres el fuego que siempre arde sin consumir; tú eres el que consumes con tu calor los amores egoístas del alma. Tú eres también el fuego que disipa toda frialdad; tú iluminas las mentes con tu luz, en la que me has hecho conocer tu verdad.

En el espejo de esta luz te conozco a ti, bien sumo, bien sobre todo bien, bien dichoso, bien incomprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría; pues tú mismo eres la sabiduría, tú, el pan de los ángeles, que por ardiente amor te has entregado a los hombres.

Tú, el vestido que cubre mi desnudez; tú nos alimentas a nosotros, que estábamos hambrientos, con tu dulzura, tú que eres la dulzura sin amargor, ¡oh Trinidad eterna! (Cap. 167, Acción de gracias a la Santísima Trinidad: edición latina, Ingolstadt 1583, ff. 290v-291).

A LA LUZ DE LA PALABRA QUE DIOS ME REGALA HOY

POR LA MAÑANA.- Puedes preguntarte:

1) ¿Cuál podría ser el plan de Dios sobre mi vida en este nuevo día, que no es uno más, sino único para Dios porque su amor es siempre nuevo?

2) ¿Qué podría mejorar en mi relación con Dios durante el día de hoy? ¿Qué me está pidiendo su Palabra en este día?

3) ¿A quién podría estar lastimando en este día, a quién le podría estar haciendo sufrir? ¿A quién puedo, de hecho, estar defraudando, apenando, comenzando por la propia familia, y por la comunidad parroquial?

4) ¿A quién podría ayudar en este día? ¿Cómo voy a transmitir el amor de Dios en este día, con qué personas me voy a ver? ¿Quién puede estar esperando algo de mí? Si Jesús estuviera en mi lugar, ¿qué puedo suponer que diría o haría?

5) ¿Cómo me debe cambiar hoy la Resurrección del Señor, y su actualización sacramental realizada en la Eucaristía, sea diaria o dominical? ¿Qué fruto espiritual derivado de la misa dominical podría cultivar hoy: sinceridad, petición de perdón, afabilidad, alegría, alabanza y bendición?

POR LA NOCHE.- Puedes preguntarte:

1) ¿Cómo he respondido al plan de Dios sobre este día ya pasado? ¿En qué he cumplido y en qué he fallado?

2) ¿Cómo le ofrezco a Dios lo bueno, y le pido perdón de lo deficiente?

3) ¿Cómo le agradezco a Dios su paciencia conmigo, y cómo renuevo mi confianza en Dios que siempre me espera y me da nuevas oportunidades? Le doy gracias por lo bueno, y le ofrezco lo malo para que Jesús supla mis deficiencias: él dio gloria perfecta a Dios Padre por mí y en mi lugar. Me alegro en Jesús, mi hermano mayor, mi Redentor.

4) ¿Cómo rezar debidamente la oración del anciano Simeón, antes de acostarse: “Ahora, Señor, según tu palabra puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador…” Que siempre alcancemos esa paz antes de descansar para poder decir con el salmista: En paz me acuesto y en seguida me duermo porque tú estás conmigo, tú solo me haces vivir tranquilo.


Maná y Vivencias Pascuales (30), 29.4.24

abril 29, 2024

Lunes de la 5ª semana de Pascua

Vendremos al él y haremos morada en él
Vendremos al él y haremos morada en él.

Antífona de entrada

Ha resucitado el buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya.

Oración colecta

¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA: Hechos 14, 5-17

En aquellos días, al producirse en Iconio conatos de parte de los paganos y de los judíos, a sabiendas de las autoridades, empezaron a moverse con intención de maltratar y apedrear a Pablo y Bernabé; ellos se dieron cuenta de la situación y se escaparon a Licaonia, a las ciudades de Listra, Derbe y alrededores, donde predicaron el Evangelio.

Había en Listra un hombre lisiado y cojo de nacimiento, que nunca había podido andar y estaba siempre sentado. Escuchaba las palabras de Pablo, y Pablo viendo que tenía una fe capaz de curarlo, le gritó mirándolo: «Levántate, ponte derecho» El hombre dio un salto y echó a andar.

Al ver lo que Pablo había hecho, el gentío exclamó en la lengua de Licaonia: «Dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos». A Bernabé lo llamaban Zeus y a Pablo, Hermes, porque se encargaba de hablar.

El sacerdote del templo de Zeus que estaba a la entrada de la ciudad, trajo a las puertas toros adornados con guirnaldas, y, con la gente, quería ofrecerles un sacrificio.

Al darse cuenta los apóstoles Bernabé y Pablo, se rasgaron el manto e irrumpieron por medio del gentío gritando: Hombres, ¿qué hacen? Nosotros somos mortales como ustedes, les predicamos la Buena Noticia para que dejen los dioses falsos y se conviertan al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra y el mar y todo lo que contiene.

En el pasado dejó que cada pueblo siguiera su camino; aunque siempre se dio a conocer por sus beneficios, mandando la lluvia y las cosechas a su tiempo, dándoles comida y alegría en abundancia.

Con estas palabras disuadieron al gentío, aunque a duras penas, de que les ofrecieran sacrificios.

SALMO: 113

No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.

No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria: Por tu amor, por tu lealtad. ¿Por qué han de decir las naciones: «Dónde está, pues, su Dios”?

Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace. Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas.

Benditos sean del Señor, que hizo el cielo y la tierra. El cielo pertenece al Señor, la tierra se la ha dado a los hombres.

Aclamación antes del Evangelio: Juan 14, 26

El Espíritu Santo será quien les enseñará todo y les recordará lo que yo les he dicho.

EVANGELIO: Juan 14, 21-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: El que sabe mis mandamientos y los guarda, ése me ama: y al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me mostraré a él. Le dijo Judas, no el Iscariote: Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?

Respondió Jesús y les dijo: El que me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les he dicho.

Antífona de comunión: Jn 14, 27

La paz os dejo, mi paz os doy; No os la doy como la da el mundo -dice el Señor-. Aleluya.

COMENTARIO A LA PRIMERA LECTURA

Es admirable la capacidad de san Pablo para proclamar el Evangelio partiendo de las experiencias de sus destinatarios: primero judíos, y después paganos.

Cuando se dirige a los judíos parte de la historia de Israel, de los patriarcas o los profetas, y trata de presentar a Jesús como el cumplimiento de las promesas del antiguo Testamento.

Cuando se dirige a los paganos, como sucede en el pasaje anterior, parte del Dios creador presente en el mundo y providente para con los hombres.

En ambos casos se valoran las experiencias religiosas y humanas de los oyentes para llevarlos hacia la plena manifestación de Dios.

Aprendamos a evangelizar partiendo de los valores y experiencias de nuestros interlocutores. ¿Cuáles son los valores o las experiencias que hacen vibrar a nuestros contemporáneos?

¿Cómo llevarlos hasta el Dios verdadero que de alguna forma están buscando, aunque sea a tientas y a oscuras?

COMENTARIO AL EVANGELIO

En el discurso de despedida, Jesús va presentando cada vez con mayor claridad su vinculación con el Padre y con el Espíritu Santo. Así nos va introduciendo en la comprensión y también en la comunión con las tres divinas personas.

La comunidad cristiana aparece como una proyección de la comunión que existe en la Trinidad. El Padre y el Hijo son uno. El Padre actúa en el Hijo, y éste hace la voluntad del Padre. El Hijo es un reflejo del Padre. Poco a poco Jesús habla con más claridad también del Espíritu Santo.

En primer lugar, Jesús confiesa que el Espíritu será como una prolongación de su persona. Les dice que él tiene que irse, pero que no los dejará huérfanos, pues les enviará “otro” consolador que no se irá como él, sino que estará siempre con ellos; otro abogado, o defensor.

Sin embargo, el Espíritu no les traerá novedades ni nada extraño, sino que tomará de lo dicho por Jesús y se lo hará comprender: será su intérprete. Les recordará todo lo experimentado y vivido con Jesús. Será la memoria de Jesús. Será el maestro interior que los conducirá hasta la verdad plena.

De esta manera, las tres personas divinas viven y se manifiestan totalmente relacionadas entre sí y viviendo la una para la otra, o mejor, para las otras dos. Andan a porfía buscando el bien de las otras dos personas. Es la intercomunión trinitaria, o perijóresis griega: modelo acabado para toda persona y para toda comunidad.

Vayamos, por tanto, aprendiendo a vivir en comunión con estas divinas personas de la mano de Jesús, pues sólo él se ha manifestado en la debilidad de nuestra carne, y nos lo ha enseñado todo, no ha tenido secretos con nosotros.

Porque Jesús vivía en constante comunión con Dios, por eso sabemos que existe el Padre Dios. Porque Jesús se sentía llevado por el Poder de Dios en sus obras y palabras, por eso sabemos que existe el Espíritu Santo. Lo sabemos, lo creemos, y en consecuencia podemos hacer lo que hacía Jesús porque nos ha dado su mismo Espíritu. Aleluya.


Maná y Vivencias Pascuales (29), 28.4.24

abril 27, 2024

Domingo V de Pascua, Ciclo B

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El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante
El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante.

Antífona de entrada: Salmo 97, 1-2

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; revela a las naciones su justicia. Aleluya

Oración colecta

Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de Padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Hechos 9,26-31

En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo.

Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles. Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús. Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso.

La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.

SALMO 21, 26b-27.28.30.31-32

El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.

Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan: viva su corazón por siempre.

Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Ante él se postrarán las cenizas de la tumba, ante él se inclinarán los que bajan al polvo.

Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la generación futura, contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: todo lo que hizo el Señor.

SEGUNDA LECTURA: 1 Juan 3, 18-24

Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo.

Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.

Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.

Aclamación antes del Evangelio: Juan 15, 4.5

Permaneced en mí, y yo en vosotros, dice el Señor; el que permanece en mí da fruto abundante. Aleluya.

EVANGELIO: Juan 15, 1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.

Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

Antífona de comunión: Juan 15, 1.5

Yo soy la verdadera vid, vosotros los sarmientos, dice el Señor; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante. Aleluya.

De los sermones de san Máximo de Turín, obispo

Cristo, día sin ocaso

La resurrección de Cristo destruye el poder del abismo, los recién bautizados renuevan la tierra, el Espíritu Santo abre las puertas del cielo. Porque el abismo, al ver sus puer­tas destruidas, devuelve los muertos, la tierra, renovada, germina resucitados y el cielo, abier­to, acoge a los que ascienden.

El ladrón es admitido en el paraíso, los cuer­pos de los santos entran en la ciudad santa y los muertos vuelven a tener su morada en­tre los vivos. Así, como si la resurrección de Cristo fuera germinando en el mundo, todos los elementos de la creación se ven arrebata­dos a lo alto.

El abismo devuelve sus cautivos al paraíso, la tierra envía al cielo a los que estaban se­pultados en su seno, y el cielo presenta al Señor a los que han subido desde la tierra: así, con un solo y único acto, la pasión del Salvador nos extrae del abismo, nos eleva por encima de lo terreno y nos coloca en lo más alto de los cielos.

La resurrección de Cristo es vida para los difuntos, perdón para los pecadores, gloria para los santos. Por esto el salmista invita a toda la creación a celebrar la resurrección de Cristo, al decir que hay que alegrarse y llenarse de gozo en este día en que actuó el Señor.

La luz de Cristo es día sin noche, día sin ocaso. Escucha al Apóstol que nos dice lo que sea este día: La noche está avanzada, el día se echa encima. La noche está avanzando, dice, porque no volverá más. Entiéndelo bien: una vez que ha amanecido la luz de Cristo, huyen las tinieblas del diablo y desaparece la ne­grura del pecado, porque el resplandor de Cristo destruye la tenebrosidad de las culpas pasadas.

Porque Cristo es aquel Día a quien el Día, su Padre, comunica el íntimo ser de la divi­nidad. Él es aquel Día, que dice por boca de Salomón: Yo hice nacer en el cielo una luz inextinguible.

Así como no hay noche que siga al día ce­leste, del mismo modo las tinieblas no pueden seguir la santidad de Cristo. El día ce­leste resplandece, brilla, fulgura sin cesar y no hay oscuridad que pueda con él. La luz de Cristo luce, ilumina, destella continuamente y las tinieblas del pecado no pueden recibirla: por ello dice el evangelista Juan: La luz brilló en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Por ello, hermanos, hemos de alegrarnos en este día santo. Que nadie se sustraiga del gozo común a causa de la conciencia de sus peca­dos, que nadie deje de participar en la oración del pueblo de Dios, a causa del peso de sus faltas. Que nadie, por pecador que se sienta, deje de esperar el perdón en un día tan santo. Porque si el ladrón obtuvo el paraíso, ¿cómo no va a obtener el perdón el cristiano? (Sermón 53, 1-2).

A LA LUZ DE LA PALABRA QUE DIOS ME REGALA EN ESTE DOMINGO,

EN EL DÍA DE LA RESURRECIÓN DEL SEÑOR:

POR LA MAÑANA.- Puedes preguntarte:

1) ¿Cuál podría ser el plan de Dios sobre mi vida en este nuevo día, consagrado al culto de Dios y a la familia, a vivir en comunidad de hermanos en la familia, en la parroquia, en la sociedad?

2) ¿Qué podría mejorar en mi relación con Dios durante el día de hoy? ¿Cómo quiero vivir hoy la Eucaristía, encuentro con Dios y los hermanos? ¿Cómo compartir la fe y la experiencia de Dios en este domingo?

3) ¿A quién podría estar lastimando en este día, a quién le podría estar haciendo sufrir? ¿A quién puedo, de hecho, estar defraudando, apenando, comenzando por la propia familia, y por la comunidad parroquial?

4) ¿A quién podría ayudar en este día domingo? ¿Cómo voy a transmitir el amor de Dios en este día, con qué personas me voy a ver? ¿Quién puede estar esperando algo de mí? Si Jesús estuviera en mi lugar, ¿qué puedo suponer que diría o haría?

5) ¿Cómo me debe cambiar hoy la Resurrección del Señor, y su actualización sacramental realizada en la Eucaristía? ¿Qué fruto espiritual derivado de la misa podría cultivar hoy: sinceridad, petición de perdón, afabilidad, alegría, alabanza y bendición?

6) ¿Cómo hacer hoy más felices a mi cónyuge y a mis hijos? ¿Podría visitar a algún familiar o a algún enfermo, o dar una limosna significativa para algún necesitado?

POR LA NOCHE.- Puedes preguntarte:

1) ¿Cómo he respondido al plan de Dios sobre este día ya pasado? ¿En qué he cumplido y en qué he fallado?

2) ¿Cómo le ofrezco a Dios lo bueno, y le pido perdón de lo deficiente?

3) ¿Cómo le agradezco a Dios su paciencia conmigo, y cómo renuevo mi confianza en Dios que siempre me espera y me da nuevas oportunidades? Le doy gracias por lo bueno, y le ofrezco lo malo para que Jesús supla mis deficiencias: él dio gloria perfecta a Dios Padre por mí y en mi lugar. Me alegro en Jesús, mi hermano mayor, mi Redentor.

4) ¿Cómo rezar debidamente la oración del anciano Simeón, antes de acostarse: “Ahora, Señor, según tu palabra puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador…” Que siempre alcancemos esa paz antes de descansar para poder decir con el salmista: En paz me acuesto y en seguida me duermo porque tú estás conmigo, tú solo me haces vivir tranquilo.

PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO EN EL ÁNGELUS DEL 13 DE MAYO DE 2015

Queridos hermanos y hermanas: El evangelio de hoy nos presenta a Jesús en la Última Cena, en el momento en el cual sabe que la muerte está cerca. Es ahora su «hora». Por última vez, él está con sus discípulos, y quiere impresionar bien en sus mentes una verdad fundamental: aun cuando él ya no estará físicamente entre ellos, ellos podrán mantenerse unidos con él en un modo nuevo, y así dar mucho fruto.

Si al contrario alguno perdiera la comunión con Él, se convertiría en estéril, es decir, dañino para la comunidad. . Y para expresar esta realidad Jesús utiliza la imagen de la vid y los sarmientos: «Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos» (Jn 15, 4-5).  

Jesús es la vid, y a través de Él -como la savia en el árbol- pasa a las ramas el amor de Dios, el Espíritu Santo. He aquí, nosotros somos las ramas, y a través de esta parábola Jesús quiere que entendamos la importancia de permanecer unidos a Él.

Las ramas no son autosuficientes, dependen totalmente de la vid, que es la fuente de su vida. De la misma manera es para nosotros los cristianos. Injertados con el bautismo en Cristo, hemos recibido de Él gratuitamente el don de la vida nueva; y gracias a la Iglesia podemos permanecer en comunión vital con Cristo.

Debemos permanecer fieles al bautismo, y crecer en la intimidad con el Señor mediante la oración, la escucha y la obediencia a su Palabra, la participación en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía y la Reconciliación.  

Si uno está íntimamente unido a Jesús, disfruta de los dones del Espíritu Santo, que -como nos dice San Pablo- son «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo» (Gálatas 5:22 ); y por consecuencia hace tanto bien al prójimo y a la sociedad como verdadero cristiano.

Por estas actitudes se reconoce que uno es cristiano, como de los frutos se reconoce el árbol. Los frutos de esta profunda unión con Jesús son maravillosos: toda nuestra persona viene transformada por la gracia del Espíritu, alma, inteligencia, voluntad, afectos, e incluso el cuerpo, porque somos una sola unidad de espíritu y el cuerpo.

Recibimos un nuevo modo de ser, la vida de Cristo se convierte en nuestra: podemos pensar como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús. En consecuencia, podemos amar a nuestros hermanos, a partir de los más pobres y los que sufren, con su corazón y llevar así en el mundo frutos de bondad, de caridad y de paz.

Cada uno de nosotros es una rama de la única vid; y todos juntos estamos llamados a llevar los frutos de esta pertenencia común a Cristo y a la Iglesia. Confiémonos a la intercesión de la Virgen María, para que seamos ramas de vida en la Iglesia y testimonios coherentes de nuestra fe, conscientes de que todos, según nuestras vocaciones particulares, participamos a la única misión salvífica de Jesucristo, el Señor.

Queridos hermanos y hermanas provenientes de Italia y de muchas partes del mundo, a todos dirijo un cordial saludo!

Ayer en Turín fue proclamado Beato Luigi Bordino, laico consagrado de la Congregación de los Hermanos de San José Benito Cottolengo. Él ha dedicado su vida a los enfermos y dolientes, y se ha dedicado sin descanso a favor de los más pobres, medicando y lavando sus heridas. Damos gracias al Señor por su discípulo humilde y generoso.

Un saludo especial va hoy Asociación Meter, en el Día de los niños víctimas de la violencia. Les doy las gracias por su compromiso para tratar de prevenir estos crímenes. Todos debemos trabajar para asegurar que cada persona humana, especialmente los niños, estén siempre defendidos y protegidos.

Saludo con afecto a los peregrinos presentes, ¡demasiados para nombrar cada grupo! Saludo a aquellos provenientes de Amsterdam, Zagreb, Litija (Eslovenia), Madrid y Lugo, también en España. Doy la bienvenida con alegría a tantísimos italianos: las parroquias, las asociaciones y las escuelas. Un pensamiento especial para los niños y niñas que han recibido o van a recibir la Confirmación.

Les deseo a todos un buen domingo. Por favor no se olviden de rezar por mí. ¡Buena almuerzo y adiós!


Maná y Vivencias Pascuales (28), 27.4.24

abril 27, 2024

Sábado de la 4ª semana de Pascua

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Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre

Antífona de entrada: 1 Pedro 2, 9

Pueblo adquirido por Dios, proclamad las hazañas del que os llamó a salir de las tinieblas y a entrar en su luz maravillosa. Aleluya.

TEXTOS ILUMINADORES

El sábado siguiente se reunió casi toda la ciudad para escuchar la palabra de Dios. Y creyeron todos los que estaban dispuestos para la vida eterna. La palabra de Dios se difundía por toda la región.

Pablo y Bernabé se fueron a la ciudad de Iconio dejando a los discípulos llenos de gozo y del Espíritu Santo.

Felipe dijo: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús respondió: El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿No crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las Palabras que yo les he dicho no vienen de mí mismo. El Padre que está en mí obra por mí.

Créanme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos créanmelo por mis obras.

ORACIÓN COLECTA

Dios todopoderoso y eterno, concédenos vivir siempre en plenitud el misterio pascual, para que, renacidos en el bautismo, demos fruto abundante de vida cristiana y alcancemos, finalmente, las alegrías eternas. Por nuestro Señor Jesucristo.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Santifica, Señor, con tu bondad estos dones, acepta la ofrenda de este sacrificio espiritual y a nosotros transfórmanos en oblación perenne. Por Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Hechos 13, 44-52

El sábado siguiente se reunió casi toda la ciudad para escuchar la palabra de Dios. Los judíos al ver tal gentío se llenaron de envidia y se pusieron a contradecir con insultos lo que Pablo decía.

Entonces Pablo y Bernabé dijeron con firmeza: Ustedes eran los primeros a quienes debíamos anunciar el mensaje de Dios. Pero ahora, rechazándolo, se condenan a no recibir la vida eterna y nosotros nos dirigimos a los que no son judíos, ya que así nos ordenó el Señor: “Te puse como luz de las naciones para que lleves la salvación hasta los extremos del mundo”.

Los que no eran judíos, cuando oyeron esto, se alegraron, comenzaron a alabar el mensaje del Señor, y creyeron todos los que estaban dispuestos para la vida eterna. Mientras tanto la palabra de Dios se difundía por toda la región.

Los judíos entonces incitaron a mujeres distinguidas y devotas y también a los hombres importantes de la ciudad; organizaron una persecución contra Pablo y Bernabé y lograron que los echaran de su territorio.

Estos sacudieron el polvo de sus pies, como protesta contra ellos, y se fueron a la ciudad de Iconio, dejando a los discípulos llenos de gozo y del Espíritu Santo.

SALMO 97, 1-4

Canten al Señor un canto nuevo, porque ha hecho maravillas; su mano le ha dado la victoria, su santo brazo.

El Señor hace pública su victoria, a la vista de las naciones muestra su salvación, ha recordado su amor y su fidelidad en favor de Israel.

Toda la tierra ha visto la victoria de nuestro Dios. ¡Aclamen al Señor, habitantes de toda la tierra, estallen de gozo, griten de alegría, canten!

Aclamación: Juan 8, 31b-32.– Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, dice el Señor.

EVANGELIO: Juan 14, 7-14.- Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si me conocieran a mí, también conocerían al Padre. En realidad, ya lo conocen y lo han visto.

Felipe dijo: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta” Jesús respondió: Hace tanto tiempo que estoy con ustedes ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo, pues, dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí?

Las Palabras que yo les he dicho no vienen de mí mismo. El Padre que está en mí obra por mí. Créanme: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos créanmelo por mis obras.

En verdad el que cree en mí hará las mismas cosas que yo hago, y aún hará cosas mayores que éstas; pues ahora me toca irme al Padre. Pero lo que ustedes pidan en mi nombre, lo haré yo para que den gloria al Padre a través de su Hijo. Y también, si me lo piden a mí en mi nombre, yo se lo daré.

Comunión: Juan 17, 24

Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Aleluya.

SALUDO PASCUAL A LA VIRGEN MARÍA (4)


La Iglesia tiene dos formas de saludar a la Virgen María durante el año litúrgico: el propio del tiempo pascual, el «Regina Coeli», y el «Ángelus» para el resto del año. En su momento hicimos un comentario al Ángelus. Ahora vamos a comentar muy brevemente el saludo pascual: ¡Reina del cielo, alégrate! ¡Aleluya!

La Virgen María estuvo particularmente cercana a Jesús en los misterios de su muerte y resurrección, en el nacimiento de la Iglesia y en la venida del Espíritu Santo. Cumplida su misión terrena, fue llevada al Cielo y coronada de gloria junto a su Hijo, esperando que Cristo recapitule todas las cosas y las entregue al Padre.

María es la perfecta discípula del Señor que colaboró como nadie, y de manera totalmente excepcional, en la obra de la redención: comenzando por el misterio de la Encarnación y culminando su misión participando en la muerte y resurrección de su Hijo.

Recordemos que ella permaneció firme, fiel e íntegra ante el misterio de la muerte y sepultura de su hijo Jesús. Ella, la “mujer”, la nueva Eva, recibe el testamento del Crucificado: «Ahí tienes a tu hijo».

Ella sabe en fe que Jesús no puede morir. Por eso, la Iglesia siempre ha creído que la Virgen María fue la primera que creyó en la resurrección, la primera que “vio” a Jesús como Resucitado y constituido Señor y Salvador. No le hacían falta apariciones. Ningún evangelista narra esas posibles apariciones.

Por lo demás resulta llamativo que estando tan estrechamente unidas la Madre de Jesús y las demás mujeres en la crucifixión, y en la recepción del cuerpo de Jesús, bajado de la cruz para ser embalsamado y sepultado, en el regreso a la casa ya anocheciendo, en el duelo y posible vigilia… no fueran juntas al sepulcro ya de madrugada. ¿Cómo no iba a estar con ellas la Madre de Jesús en todas esas experiencias referentes a la despedida de Jesús, su muerte, sepultura, duelo…? ¿Cómo se explica que solamente ella faltase a esas atenciones piadosas?

De ahí que la Virgen María es la que mejor puede iniciarnos en la fe pascual, en la experiencia de la salvación plena en Cristo el Señor. Ella es la Madre del Resucitado.

De hecho María, rodeada de otras mujeres testigos de la resurrección, acompañó a los discípulos en el proceso pascual del alumbramiento del nuevo Israel, la Iglesia, hasta recibir la plenitud del Espíritu en Pentecostés, como la verdadera y única madre de los creyentes. Ella es la llena del Espíritu Santo.

Nadie mejor que ella nos puede acompañar en este tiempo pascual hasta que experimentemos la plena salvación en Cristo. Por eso, la Iglesia la saluda con especial devoción, alegría y esperanza durante el tiempo pascual.

REINA DEL CIELO, ALÉGRATE, ALELUYA

Alégrate, María, porque Dios está definitivamente prendado de tu belleza y santidad: Amándote con predilección, va forjando tu personalidad única. Eres su obra maravillosa, la llena de gracia.

Dios Padre bendice y corona a María porque todas las expectativas que proyectaba sobre ella han sido plenamente cumplidas. No le ha defraudado en lo más mínimo. Alégrate, María, aleluya. Y alaba a tu Dios porque ha hecho obras grandes en ti.

PORQUE EL SEÑOR, A QUIEN HAS MERECIDO LLEVAR, ALELUYA

Vive el Señor a quien has merecido llevar, aleluya

Vive el Señor, a quien has merecido llevar: primero por la fe en tu mente, y después en tu seno, Virgen María. Aleluya.

María ha vivido la intimidad más delicada y tierna con el Hijo de Dios concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.

Una experiencia inimaginable, que ni ojo puede ver, ni oído oír, ni puede venir a mente humana algo parecido.

El Hijo unigénito de Dios ha concedido a María -llena de gracia- la facilidad y el gozo de cumplir la voluntad del Padre creador, de una manera espontánea, querida de corazón, alegre y plena; por ello gratificante, pues colabora con el plan de Dios como si se tratara de algo soñado por ella misma.

Ninguna posibilidad de gracia venida del Padre ha sido despreciada o frustrada en María, gracias a la comunión que se le ha concedido experimentar con el que habita en el seno del Padre “comiendo” su voluntad, con el que es el Rostro de Dios, la Imagen del Padre.

En definitiva, con el que es su propio hijo. Un hijo al que la Virgen María da vida y conforma en su seno, pero a la vez, él conforma a su madre, la modela y perfecciona en una vida totalmente sumisa a la voluntad del Padre.

Por eso, ahora en el cielo, el Hijo de María corona a su Madre como Reina y Señora del universo, de cuanto fue creado y recreado en Cristo.

El Señor ha resucitado, según su palabra. Aleluya

HA RESUCITADO, SEGÚN SU PALABRA, ALELUYA

La Virgen María ha sido habitada por el Poder de Dios. El Espíritu de Dios ha venido sobre toda su persona, sobre todo su ser hasta hacer su morada en ella.

El Espíritu ha estado guiando sus pensamientos y acciones durante toda su existencia. Gracias al Espíritu María ha colaborado en la obra de la salvación como nadie.

Verdaderamente Dios, por su Espíritu, ha estado grande con ella: ha concebido al Hijo de Dios, y lo ha acompañado en toda la gesta de la salvación, pasando por su muerte y resurrección.

Ella, llena del Espíritu, ha mantenido la fe de los discípulos hasta el día de Pentecostés. Ella es Madre de la Iglesia. Y su misión continúa en el cielo intercediendo por los hijos de la Iglesia.

Así su maternidad llega a plenitud, según los designios de Dios; de un Dios que es comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu. María entra de lleno en la vida íntima de la Trinidad.

Por eso, en verdad, la Virgen María es honrada como Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, y Esposa del Espíritu Santo. ¡Dichosa tú que has creído!

RUEGA AL SEÑOR POR NOSOTROS, ALELUYA

– GOZA Y ALÉGRATE, VIRGEN MARÍA, ALELUYA

– PORQUE VERDADERAMENTE HA RESUCITADO EL SEÑOR, ALELUYA

OREMOS

Oh Dios, que mediante la resurrección de tu Hijo Jesucristo, te has dignado alegrar al mundo; concédenos, por la intercesión de la Virgen María, alcanzar los gozos de la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.


San Isidoro de Sevilla: una vida en busca de Dios

abril 26, 2024

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El concilio de Toledo del año 653 lo definió así: «Ilustre maestro de nuestra época y gloria de la Iglesia católica».

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Por SS Benedicto XVISan Isidoro de Sevilla: una vida en busca de Dios

El miércoles 18 de junio de 2008 el Papa Benedicto pronunció ante los miles de peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro para la audiencia general este maravilloso documento sobre uno de los santos más importantes de la Edad Media, san Isidoro de Sevilla, un gran compilador del saber antiguo y considerado como el último de los Santos Padres.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy voy a hablar de san Isidoro de Sevilla. Era hermano menor de san Leandro, obispo de Sevilla, y gran amigo del Papa san Gregorio Magno. Este detalle es importante, pues permite tener presente un dato cultural y espiritual indispensable para comprender la personalidad de san Isidoro.

En efecto, san Isidoro debe mucho a san Leandro, persona muy exigente, estudiosa y austera, que había creado en torno a su hermano menor un contexto familiar caracterizado por las exigencias ascéticas propias de un monje y por el ritmo de trabajo que requiere una seria entrega al estudio.

Además, san Leandro se había encargado de disponer lo necesario para afrontar la situación político-social del momento: en aquellas décadas los visigodos, bárbaros y arrianos, habían invadido la península ibérica y se habían adueñado de los territorios que pertenecían al Imperio romano. Era necesario conquistarlos para la romanidad y para el catolicismo.

La casa de san Leandro y san Isidoro contaba con una biblioteca muy rica en obras clásicas, paganas y cristianas. Por eso, san Isidoro, que se sentía atraído tanto a unas como a otras, fue educado a practicar, bajo la responsabilidad de su hermano mayor, una disciplina férrea para dedicarse a su estudio, con discreción y discernimiento.

Así pues, en el obispado de Sevilla se vivía en un clima sereno y abierto. Lo podemos deducir por los intereses culturales y espirituales de san Isidoro, como se manifiestan en sus obras, que abarcan un conocimiento enciclopédico de la cultura clásica pagana y un conocimiento profundo de la cultura cristiana.

De este modo se explica el eclecticismo que caracteriza la producción literaria de san Isidoro, el cual pasa con suma facilidad de Marcial a san Agustín, de Cicerón a san Gregorio Magno.

El joven Isidoro, que en el año 599 se convirtió en sucesor de su hermano Leandro en la cátedra episcopal de Sevilla, tuvo que afrontar una lucha interior muy dura. Tal vez precisamente por esa lucha constante consigo mismo da la impresión de un exceso de voluntarismo, que se percibe leyendo las obras de este gran autor, considerado el último de los Padres cristianos de la antigüedad.

Pocos años después de su muerte, que tuvo lugar en el año 636, el concilio de Toledo, del año 653, lo definió: «Ilustre maestro de nuestra época y gloria de la Iglesia católica ».

San Isidoro fue, sin duda, un hombre de contraposiciones dialécticas acentuadas. En su vida personal, experimentó también un conflicto interior permanente, muy parecido al que ya habían vivido san Gregorio Magno y san Agustín, entre el deseo de soledad, para dedicarse únicamente a la meditación de la palabra de Dios, y las exigencias de la caridad hacia los hermanos de cuya salvación se sentía responsable como obispo.

Por ejemplo, a propósito de los responsables de la Iglesia escribe: «El responsable de una Iglesia (vir ecclesiasticus), por una parte, debe dejarse crucificar al mundo con la mortificación de la carne; y, por otra, debe aceptar la decisión del orden eclesiástico, cuando procede de la voluntad de Dios, de dedicarse al gobierno con humildad, aunque no quisiera hacerlo» (Sententiarum liber III, 33, 1: PL 83, col. 705 B).

Un párrafo después, añade: «Los hombres de Dios (sancti viri) no desean dedicarse a las cosas seculares y gimen cuando, por un misterioso designio divino, se les encargan ciertas responsabilidades. (…) Hacen todo lo posible para evitarlas, pero aceptan lo que no quisieran y hacen lo que habrían querido evitar. Entran en lo más secreto del corazón y allí tratan de comprender lo que les pide la misteriosa voluntad de Dios. Y cuando se dan cuenta de que tienen que someterse a los designios de Dios, inclinan el cuello del corazón bajo el yugo de la decisión divina» (Sententiarum liber III, 33, 3: PL 83, col. 705-706).

Para comprender mejor a san Isidoro es necesario recordar, ante todo, la complejidad de las situaciones políticas de su tiempo, a las que me referí antes: durante los años de su niñez experimentó la amargura del destierro.

A pesar de ello, estaba lleno de entusiasmo apostólico: sentía un gran deseo de contribuir a la formación de un pueblo que encontraba por fin su unidad, tanto en el ámbito político como religioso, con la conversión providencial de Hermenegildo, el heredero al trono visigodo, del arrianismo a la fe católica.

Sin embargo, no se ha de subestimar la enorme dificultad que supone afrontar de modo adecuado problemas tan graves como los de las relaciones con los herejes y con los judíos. Se trata de una serie de problemas que también hoy son muy concretos, sobre todo si se piensa en lo que sucede en algunas regiones donde parecen replantearse situaciones muy parecidas a las de la península ibérica del siglo VI.

La riqueza de los conocimientos culturales de que disponía san Isidoro le permitía confrontar continuamente la novedad cristiana con la herencia clásica grecorromana. Sin embargo, más que el don precioso de la síntesis, parecía tener el de la collatio, es decir, la recopilación, que se manifestaba en una extraordinaria erudición personal, no siempre tan ordenada como se hubiera podido desear.

En todo caso, es admirable su preocupación por no descuidar nada de lo que la experiencia humana había producido en la historia de su patria y del mundo entero. San Isidoro no hubiera querido perder nada de lo que el hombre había adquirido en las épocas antiguas, ya fueran paganas, judías o cristianas.

Por tanto, no debe sorprender que, al perseguir este objetivo, no lograra transmitir adecuadamente, como hubiera querido, los conocimientos que poseía, a través de las aguas purificadoras de la fe cristiana. Sin embargo, de hecho, según las intenciones de san Isidoro, las propuestas que presenta siempre están en sintonía con la fe católica, sostenida por él con firmeza.

En la discusión de los diversos problemas teológicos percibe su complejidad y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa. Esto ha permitido a los creyentes, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, servirse con gratitud de sus definiciones.

Un ejemplo significativo en este campo es la enseñanza de san Isidoro sobre las relaciones entre vida activa y vida contemplativa. Escribe: «Quienes tratan de lograr el descanso de la contemplación deben entrenarse antes en el estadio de la vida activa; así, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar el corazón puro que permite ver a Dios» (Differentiarum Lib. II, 34, 133: PL 83, col 91 A).

Su realismo de auténtico pastor lo convenció del peligro que corren los fieles de limitarse a ser hombres de una sola dimensión. Por eso, añade: «El camino intermedio, compuesto por ambas formas de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas tensiones, que con frecuencia se agudizan si se elige un solo tipo de vida; en cambio, se suavizan mejor alternando las dos formas» (o.c., 134: ib., col 91 B).

San Isidoro busca en el ejemplo de Cristo la confirmación definitiva de una correcta orientación de vida y dice: «El Salvador, Jesús, nos dio ejemplo de vida activa cuando, durante el día, se dedicaba a hacer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración» (o.c. 134: ib.). 

A la luz de este ejemplo del divino Maestro, san Isidoro concluye con esta enseñanza moral: «Por eso, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación sin renunciar a la vida activa. No sería correcto obrar de otra manera, pues del mismo modo que se debe amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Por tanto, es imposible vivir sin la presencia de ambas formas de vida, y tampoco es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra» (o.c., 135: ib., col 91 C).

Creo que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de Dios, el diálogo con Dios en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura, así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo.

Esta síntesis es la lección que el gran obispo de Sevilla nos deja a los cristianos de hoy, llamados a dar testimonio de Cristo al inicio de un nuevo milenio.


Maná y Vivencias Pascuales (27), 26.4.24

abril 26, 2024

Viernes de la 4ª semana de Pascua

¿No sentíamos que nos ardía el corazón mientras nos explicaba las Escrituras?
¿No sentíamos que nos ardía el corazón mientras nos explicaba las Escrituras?

Antífona de entrada: Apocalipsis 5, 9-10

Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Señor Dios, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos; y pues nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre en ti y en ti encontremos la felicidad eterna. Por nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA: Hechos 13, 26-33

En aquellos días, habiendo llegado Pablo a Antioquía, decía en la sinagoga: Hermanos, hijos y descendientes de Abrahán, y también ustedes que temen a Dios: A nosotros nos dirigió Dios este mensaje de salvación.

Bien es cierto que los habitantes de Jerusalén y sus jefes lo desconocieron, como también desoyeron los llamados de los profetas que se leen cada sábado. Condenaron a Jesús y con eso cumplieron las profecías.

Aunque no encontraron en él ningún motivo para condenarlo a muerte, pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y cuando cumplieron todo lo que sobre él estaba escrito, lo bajaron de la cruz y lo pusieron en el sepulcro.

Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días se apareció a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén, los que ahora son sus testigos ante el pueblo.

Nosotros les venimos a anunciar lo mismo que Dios prometió a nuestros padres. Dios lo ha cumplido con sus hijos, es decir, con nosotros, al resucitar a Jesús, tal como está escrito en el salmo segundo: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”.

SALMO 2, 6-7. 8-9. 10-11

Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, mi monte santo. Voy a proclamar el decreto del Señor, él me ha dicho: “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy”

Pídemelo y te daré las naciones en herencia, en propiedad todos los países del mundo. Los romperás con cetro de hierro, los quebrarás como vasija de barro.

Y ahora, reyes, reflexionen, aprendan, gobernantes de la tierra. Sirvan al Señor con temor, denle culto temblando.

Aclamación: Juan 14, 6

Yo soy el camino, y la verdad y la vida, dice el Señor. Nadie va al Padre, sino por mí.

EVANGELIO: Juan 14, 1-6.- Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio?

Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”.

Tomás le dice: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Jesús le responde: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”.

Antífona de comunión: Romanos 4, 25

Cristo, nuestro Señor Jesús fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra santificación. Aleluya.

LA TRANSFORMACIÓN DE LOS APÓSTOLES Y DE LOS DISCÍPULOS

A RAÍZ DE LA MUERTE Y RESURRECCIÓN DE SU MAESTRO

Y DE LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO (3)

Los días pasados, analizábamos algunas características de la espiritualidad pascual: del modo de pensar y de vivir que experimentaron los discípulos de Jesús a raíz de la muerte y resurrección de su Señor.

¿Qué experimentaron ellos en su vida personal y comunitaria? Pues nos interesa conocerlo, porque creemos que lo que ellos recibieron, nos pertenece también a nosotros.

Y lo resumimos en estos puntos:

1.- Se les concedió un conocimiento verdadero de la persona y de la misión de Jesús, a la luz de la Sagrada Escritura.

Pudieron “releer” la Palabra de Dios e interpretar integralmente todo lo vivido al lado de Jesús. Fueron iluminados por Dios, como nosotros por el santo bautismo. Les quedó todo mucho más claro y cercano y experimentaron una gran alegría interior y seguridad.

“Conocieron” a Dios. Se cumplió la promesa del antiguo Testamento. Fueron enseñados por Dios.

2.- El Espíritu trasformó su corazón dándoles la mente de Cristo y el sentir de Cristo, su mismo corazón y espíritu.

Lograron una plena identificación con los ideales de Cristo. Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, aclara el apóstol Pablo.

El mismo confiesa: Cristo me amó y se entregó por mí; ¡ay de mí, si no evangelizare! He sido alcanzado por el Amor de Cristo. Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir.

3.- El misterio de la persona y de la misión salvífica de Jesús vino a ocupar el centro de su vida.

Experimentaron una pasión por la causa de Jesús. Sólo querían conocer a Cristo y darlo a conocer a todo el mundo. Todo lo demás pasó a segundo lugar. Más todavía: Todo lo que no fuera Cristo lo consideraban pérdida y basura… En fin, despreciable.

4.- Los apóstoles comenzaron a testificar con palabras poderosas.

Experimentan una fuerza extraordinaria que los empujaba a testimoniar con valentía -parresía-, con mucha convicción, seguridad y aplomo que Jesús estaba vivo.

No pueden dejar de hablar de Jesús. Prefieren la gloria de Dios a la de los hombres. No hay quien los pueda acallar.

5.- El pueblo estaba admirado no sólo por las palabras sino también por las obras que las acompañaban: por los milagros que realizaban en nombre de Jesús “el Señor”.

El pueblo se hacía lenguas hablando de los apóstoles y de la comunidad de creyentes.

6.- De esta forma nació la iglesia: la “ecclesía” o reunión de los que son convocados por Dios mismo.

Los que creen, son bautizados en el nombre de Jesús, se les perdonan los pecados y reciben el Espíritu Santo. La nueva vida encontrada constituye el mayor tesoro de los hermanos: Dios mismo. Lo demás es relativizado.

7.- Por eso, muchos hermanos venden lo que tienen y lo depositan ante los responsables de la Iglesia, para que sirva a los necesitados.

Todo lo tenían en común, y nadie pasaba necesidad. Tenían una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios.

En el corazón de la Iglesia nacen los primeros ensayos de vida en comunidad, de hermanos que viven en pobreza y disponibilidad para practicar las bienaventuranzas y predicar el Reino.

Estas formas de vida cristiana después evolucionarán, se organizarán y serán llamadas «vida consagrada» o práctica de los consejos evangélicos.

8.- La Iglesia crecía y se multiplicaba con la aprobación de todo el pueblo.

La gente quedaba gratamente impresionada y ansiaba ingresar a la comunidad eclesial.

Los apóstoles, junto con los discípulos que iban conformando las comunidades por todas partes, glorificaban a Dios siempre y por todo, de tal modo que en la alabanza de Dios encontraban la fuerza para superar todas las dificultades.

Eran en verdad, inexpugnables. La gracia de Dios les bastaba. Se gloriaban en sus debilidades para que así apareciera más claramente que todo se debía al Señor.

9.- Se les dio un Espíritu sin medida en Pentecostés: Dios Padre cumplió su promesa enviándoles a través de Cristo el Espíritu Santo.

El Resucitado los había enviado a predicar por todo el mundo y a realizar las mismas obras que él hacía en su vida mortal, y aun mayores. Pero les advirtió que permanecieran en Jerusalén hasta que fueran revestidos de lo alto, del Espíritu Santo.

Sólo después de recibir la plenitud del Espíritu, salieron a predicar. Daban de manera generosa y gratuita lo que habían recibido gratuitamente de Dios por Cristo el Señor.

Glorificaban a Dios en todo momento por las maravillas realizadas en los que creían, fueran judíos o gentiles, pues Dios no hace distinción de personas.

Los apóstoles comprendieron que los últimos tiempos habían llegado: la hora del Espíritu y de la Iglesia. Por eso, el Espíritu y la esposa dicen: «Ven, Señor Jesús».

Estimada hermana, amable hermano: Estas maravillas obradas por Dios en los apóstoles y discípulos del Señor quiere realizarlas también en ti, en cada uno de nosotros.

Por el bautismo se nos dio la salvación: fuimos sepultados con Cristo para resucitar con él a una vida nueva gracias a la acción del Espíritu.

Si tu vida no es tan «esplendorosa» y evangélicamente correcta como la de los apóstoles, todavía te falta algo importante, aún no eres, del todo, gloria de Dios en el mundo.

Pero no te preocupes, a lo largo de esta Pascua el Señor quiere darte la “vida en abundancia”; la que nos prometió Jesús y mereció para nosotros, con su pasión y muerte, con su resurrección.

Por tu parte, vete disponiéndote y créetelo, y así al final de este tiempo pascual recibirás una nueva efusión del Espíritu en Pentecostés que te cambiará notablemente la mente y el corazón, tu personalidad integralmente tomada.

Es cierto que ya tienes el Espíritu Santo, desde el Bautismo. Pero la cuestión es «cómo lo tienes». Es decir, la manera como te está transformando día a día en otro Cristo. Si está activo y dinámico el Espíritu en ti, o está apagado, ignorado, mortecino.

Eso es lo que vas a pedir y agradecer, ya desde ahora, cada jornada de este tiempo precioso de Pascua: Que tengas vida nueva y en abundancia por la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado.

Que Dios te bendiga en todas tus necesidades, según su gran misericordia. ¡Amén!


Maná y Vivencias Pascuales (26), 25.4.24

abril 25, 2024

Jueves de la 4ª semana de Pascua

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Cuando venga el Espíritu Santo les recordará todo lo que yo les he dicho.


OBSERVACIÓN

A partir de hoy, y hasta el final del tiempo pascual, se proclaman los relatos del evangelio de san Juan sobre la última Cena del Señor con sus discípulos, los discursos de su despedida y su oración sacerdotal.

TEXTO ILUMINADOR

Después que Jesús lavó los pies a sus discípulos, les dijo: El esclavo no es más que su amo y el que es enviado no es más que el que lo envía. Ahora que ustedes saben esto, serán felices si lo ponen en práctica.

Antífona de entrada: Sal 68, 8-9.20

Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo, y acampabas con ellos y llevabas sus cargas, la tierra tembló, el cielo destiló. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Oh Dios, que has restaurado la naturaleza humana elevándola sobre su condición original; no olvides tus inefables designios de amor y conserva en quienes han renacido por el bautismo los dones que tan generosamente han recibido. Por nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA: Hechos 13, 13-25

En aquellos días, Pablo y sus compañeros navegaron desde Pafos hasta Perge de Panfilia. Ahí Juan se separó de ellos y regresó a Jerusalén, mientras que ellos, partiendo de Perge, llegaban hasta Antioquía de Pisidia.

El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron. Después de la lectura de la Ley y los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: “Hermanos, si tienen una palabra de aliento para los presentes, hablen”.

Pablo, pues, se levantó, hizo la señal con la mano y dijo: “Hijos de Israel y también ustedes que temen a Dios, escuchen: El Dios de Israel, nuestro pueblo, eligió a nuestros padres, y después que hizo prosperar a sus hijos durante su permanencia en Egipto, los sacó de allí triunfalmente.

Durante unos cuarenta años los alimentó en el desierto. Y después de destruir siete naciones en la tierra de Canaán les dio en herencia su tierra, al cabo de unos cuatrocientos cincuenta años.

Después les dio Jueces hasta el profeta Samuel. Entonces pidieron un rey y Dios les dio a Saúl, hijo de Cis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años. Pero después Dios rechazó a éste y les dio por rey a David, de quien dio este testimonio: Encontré a David, hijo de Jesé, un hombre a mi gusto, que actuará en todo según mis planes.

Ahora bien, de la familia de David, Dios ha hecho salir un Salvador para Israel, como lo había prometido, ése es Jesús. Antes que se manifestara, Juan proclamó a todo el pueblo de Israel un bautismo de conversión. Y cuando Juan terminaba su carrera decía: ”No soy lo que ustedes piensan, pero sepan que detrás de mí viene aquel a quien no soy digno de desatarle el calzado”.

SALMO 88, 2-3. 21-22. 25 y 27

Cantaré eternamente la misericordia del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Porque dije: «tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad»

Encontré a David, mi siervo, y lo he ungido con óleo sagrado; para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso.

Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, por mi nombre crecerá su poder. Él me invocará: “Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora”.

Aclamación: Apocalipsis 1, 5ab

Jesucristo, tú eres el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos; tú nos amaste y nos has librado de nuestros pecados por tu sangre.

EVANGELIO: Juan 13, 16-20.- El que recibe a mi enviado, me recibe a mí.

Después que Jesús lavó los pies a sus discípulos, les dijo: El esclavo no es más que su amo y el que es enviado no es más que el que lo envía. Ahora que ustedes saben esto, serán felices si lo ponen en práctica.

No lo digo por todos ustedes, porque conozco a los que he escogido. Yo sé que se va a cumplir lo dicho por el Salmo: “El que come el pan conmigo se levantará contra mí”. Se lo digo de antemano para que cuando suceda, ustedes crean que yo soy.

En verdad les digo: El que recibe al que yo envío, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.

Antífona de Comunión: Mateo 28, 20

Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Aleluya.

PINCELADAS DE ESPIRITUALIDAD PASCUAL (2)

Apreciada hermana, estimado hermano: Día a día tratamos de interiorizar los misterios de la muerte y resurrección del Señor. Después de la purificación cuaresmal, la Iglesia está más abierta a la acción del Espíritu para asimilar la victoria de Cristo.

Toda la Iglesia se viste de fiesta para salir al encuentro del Señor, como esposa que se adorna para su esposo. La salvación está ya realizada en Cristo. Sólo queda asimilarla. Como si dijéramos: La mesa está servida, acercaos y servíos.

En la Pascua se inaugura el tiempo del Espíritu, el tiempo de la Iglesia. Cristo ya ha culminado su carrera, obedeciendo hasta la muerte, y muerte en cruz. Jesús nos amó hasta el extremo, entregando su vida por nosotros libremente: Nadie me quita la vida, dijo, yo la entrego.

El Padre nos había confiado al amor redentor de su Hijo y éste no defraudó. De esa manera ha glorificado al Padre. Ahora éste lo ha glorificado haciéndolo «Señor y Salvador» de los hombres.

¿Cómo? Derramando el Espíritu de su Hijo sobre todos los que creen en él. Ya en el antiguo Testamento el Padre había prometido el Espíritu, y Jesús lo había prometido antes de morir: Os habéis entristecido porque os he dicho que me voy; pero no os dejaré huérfanos. En verdad, os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu. Pero si me voy, os lo enviaré. El Padre os lo dará.

El Espíritu se encargará de hacerles recordar a los discípulos toda la existencia de Jesús, releyéndola a la luz de la muerte y resurrección. Toda la Escritura alcanza así un sentido pleno en la fe de los discípulos. Nace la Iglesia, lentamente, pero con una fuerza arrolladora. No hay marcha atrás. Id por todo el mundo y hablad a todas las gentes.

Y los discípulos comienzan a dar testimonio de que Jesús está vivo. Tan vivo que ellos poseen el mismo poder de Jesús en sus palabras y también en sus obras, pues realizan milagros y hechos portentosos en su nombre. Toda la gente quedaba admirada y se convertían al Señor los que se iban salvando de esta generación incrédula y perversa.

La fe en el Resucitado era tan manifiesta como profunda. No podía ser contenida ni mucho menos retenida en el templo interior de la conciencia de los discípulos. Éstos daban testimonio inequívoco sobre Jesús con mucha valentía, aplomo, convicción, esperanza y poder: con la seguridad de la victoria definitiva. No les importaban los sufrimientos.

Estaban en el mundo, se consideraban ciudadanos de la sociedad, pero no eran del mundo, su patria y su felicidad estaban en otra parte. Lo que importaba era anunciar a Cristo, y además anunciarlo a todas las gentes.

Lo más granado de Israel, gracias al Espíritu, daba a luz al nuevo Israel que abarcaba a todos los pueblos. Dios daba el Espíritu a todos, sin distinción: a todo el que crea.

El Espíritu transforma a la persona y anima a la comunidad repartiendo carismas para el crecimiento de la misma. Él está haciendo nuevas todas las cosas en Cristo.

Por eso, en Pascua no hay lecturas del antiguo Testamento. Se lee el libro de los Hechos de los Apóstoles, la historia de las primeras comunidades, su nacimiento y su desarrollo por virtud de la animación del Espíritu de Cristo presente en ellas y en cada creyente.

Se proclama el evangelio de san Juan, el más “pascual”, porque Dios es quien dirige los destinos del mundo y nada está perdido. Se abre paso con toda justicia el Reino de la luz, de la verdad y del amor. La gloria de Dios abraza al mundo entero.

La comunidad evangelizada, evangeliza y celebra. La Iglesia hace la eucaristía y ésta hace a la Iglesia. La constituye como signo de salvación para todos los hombres. La eucaristía es culmen de la Iglesia, todo se orienta hacia ella y en ella desemboca.

Y de la cena del Señor la Iglesia extrae las fuerzas para evangelizar, ella misma es recreada y se hace Evangelio vivo prestándole a Cristo un rostro transfigurado y esplendoroso.

Según esto, hermana, hermano, conforme va avanzando el tiempo pascual debes ir creciendo en la fe en Cristo, siendo un testigo más convencido y valiente.

Segundo, deberías apreciar más la eucaristía y tratar de experimentarla como el centro de tu vida.

Tercero, debes abrirte a la acción del Espíritu para secundar sus inspiraciones. Irás recibiendo, casi sin darte cuenta, una experiencia más viva de su poder transformador.

Y finalmente, irás notando mayor capacidad para comprender el misterio de la Santísima Trinidad y mayor experiencia del papel y de la acción de cada una de las tres divinas personas en tu vida.

Ánimo, hermanos, pues hay que llegar hasta el final de este tiempo y completar esta experiencia pascual, porque mayores cosas veréis, dice el Señor. Amén.


San Agustín, maestro de la conversión

abril 24, 2024

24 de abril del 387: San Ambrosio bautiza a San Agustín en Milán, en presencia de Santa Mónica, a cuya tenacidad debemos la conversión de su hijo.

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Hermanos: Den del pan terreno y llamen a las puertas del Pan celeste.

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SAN AGUSTÍN EN VIVO, para la Cuaresma

El ciclo litúrgico de los misterios del Señor significa para la Iglesia una consagración y santificación del tiempo, totalmente opuesto a los ciclos cósmicos de la filosofía antigua. Contra el perpetuo rodar de los siglos sin esperanza, la Iglesia introdujo la Pascua, cuyo hecho central es la resurrección del Señor, y en esperanza la resurrección de todos los hombres.

Tal ha sido la máxima revolución de la historia, que ya ordena y encabeza los tiempos en Cristo dándoles un contenido espiritual que nunca tuvieron los paganos, ni tiene el tiempo entre los musulmanes o entre los hindúes.

Nuestro tiempo está lleno de Cristo, y por eso lo llamamos cristiano. Situándose, pues, San Agustín en medio de este acontecimiento cósmico, divide o acoge la división del tiempo en dos secciones: antes y después de Pascua.

El primero es de tentación, lucha y tristeza; el segundo, de triunfo y de gozo. “Este tiempo de miseria y gemido nuestro significa la cuaresma antes de la Pascua, y los cincuenta días posteriores dedicados a la alabanza divina representan el tiempo de alegría, del reposo en la felicidad, de la vida eterna, del reino sin fin que todavía no ha llegado.

Hay, pues, dos tiempos; uno, antes de la resurrección del Señor; otro, después de la misma; uno, en el que estamos ahora; otro, en el que esperamos estar. El tiempo cuaresmal, que es nuestro tiempo actual, es de tristeza. El aleluya pascual significa el tiempo de gozo, del descanso y del reino que poseeremos. Son frecuentes en la Iglesia las alabanzas de Dios -el canto del aleluya- para significar la vida de alabanzas incesantes del reino futuro.

La pasión del Señor significa nuestro tiempo, en que estamos. Los azotes, las ataduras, injurias, salivazos, corona de espinas, el vino con hiel, el vinagre en la esponja, los insultos, los oprobios y, finalmente, la cruz con el cuerpo pendiente en ella, ¿qué significan sino el tiempo en que vivimos, que es de tristeza, mortalidad, tentación?

Por eso es un tiempo feo… Tiempo feo; pero, si lo usamos bien, tiempo fiel. ¿Qué cosa más fea que un campo estercolado? Más hermoso estaba antes de recibir el estiércol; mas fue abonado para que diese fruto. La fealdad, pues, de este tiempo es un signo; ella sea para nosotros tiempo de fertilidad” (Sermón 254,5).

Aunque todo el tiempo cristiano, mientras vivimos en este mundo, tiene un rasgo cuaresmal en el sentido mencionado, la cuaresma cristiana comprende un espacio limitado de días para prepararse a la fiesta de la Pascua.

Este tiempo se celebraba muy solemnemente en la época del Obispo de Hipona: “Ya llega el tiempo solemne que debo recomendarles para que reflexionen más seriamente sobre su alma y sobre la penitencia corporal. Porque éstos son los cuarenta días sacratísimos en todo el orbe de la tierra en que, al acercarse la Pascua, todo el mundo, que Dios reconcilia consigo en Cristo, celebra con loable devoción” (Sermón 209, 1).

Este exordio solemne de un sermón cuaresmal indica bien la seriedad con que la Iglesia promovía la reconciliación de los cristianos con Dios. Pensamiento central de la cuaresma era el misterio de la redención humana obrada por Cristo, y que debía ser actuada por los cristianos con una cooperación espiritual y corporal.

En la raíz misma de la espiritualidad cuaresmal pone el Santo la humildad: “Porque este tiempo de humildad significado por estos días es la misma vida de este mundo en que Cristo, nuestro Señor, que murió una vez por nosotros, en cierto modo vuelve a padecer todos los años con el retorno de esta solemnidad. Pues lo que se realizó una vez en el tiempo para que fuese renovada nuestra vida, se celebra todos los años para traerlo a nuestra memoria.

Si, pues, durante todo el tiempo de nuestra peregrinación, viviendo en medio de tentaciones, debemos ser humildes de corazón, ¡cuánto más en estos días, en que no sólo se vive, sino que también se simboliza en la celebración este tiempo de nuestra humillación!

Humildes nos enseñó a ser la humildad de Cristo, pues se entregó a la muerte por los impíos; grandes nos hace la grandeza de Cristo, porque, resucitando, se adelantó a nuestra piedad” (Sermón 206, 1).

El cristiano, pues, ha de participar de la pasión y resurrección de Cristo. Por la humildad de la pasión, a la gloria de la resurrección: he aquí el itinerario espiritual de la cuaresma cristiana. Por eso la cruz se alza en medio de este tiempo, no sólo como signo de redención, sino también como bandera de la milicia cristiana: “Y en esta cruz, durante toda esta vida que se lleva en medio de tentaciones, debe estar siempre clavado el cristiano” (Sermón 205, 1).

¿Cuál es el programa espiritual de este tiempo? El de una más copiosa alimentación espiritual por la meditación de la palabra de Dios, o digamos de las verdades eternas; y el de la crucifixión o mortificación corporal, significada, sobre todo, por el ayuno.

Tres tipos de penitencia cuaresmal nos ofrece la Escritura en otros tres personajes de la historia de la salvación: Moisés, Elías y Cristo. Ellos nos enseñan que “no hemos de conformarnos y apegarnos a este mundo, sino crucificar al hombre viejo, no andando en comilonas y embriagueces, en los placeres carnales e impurezas, ni en discordias o envidias, sino que debemos revestirnos de Jesucristo, sin preocuparnos de las pasiones del cuerpo (Rom. 13,13-14).

Vive así siempre, ¡oh cristiano! Si no quieres sumergirte en el fango de la tierra, no desciendas de esta cruz. Y así se debe vivir, sobre todo en este tiempo cuaresmal, en espera de la vida nueva” (Sermón 205, 1).

La cuaresma tiene una significación total para la vida cristiana: la de renuncia a los deseos desordenados del mundo. Es la misma exigencia bautismal con su abnegación de las vanidades mundanas: “Se nos recomienda en nuestra conducta, mientras vivimos en este mundo, abstenernos de las codicias del siglo; esto indica el ayuno de este tiempo conocido de todos con el nombre de cuaresma” (Sermón 270, 3).

La ocupación de este tiempo se resume en la meditación de la palabra de Dios, en la penitencia corporal -significada particularmente por el ayuno- y en las obras de misericordia. La Iglesia recomienda más oración para este tiempo: “Durante estos días dedíquense a más frecuentes y fervorosas oraciones” (Sermón 205, 2). El fin es conseguir humildad y contrición de los pecados, o lo que llama el Santo “afanarse gimiendo” (in gemitu laborare).

El gemido de la oración reconoce dos causas: el sentimiento de los pecados y la ausencia de la patria durante la peregrinación. Reflexionar sobre la miseria del pecado y de la ausencia de Dios y de los grandes bienes que esperamos en la vida futura da a la cuaresma su sello de austeridad.

Por eso la memoria de la pasión de Cristo impregna todo este programa, porque el aniversario de los trabajos de Cristo en la pasión nos recuerda la condición temporal de la existencia cristiana, sujeta a tantas tentaciones, y nos confirma en la esperanza del perdón.

San Agustín da también una gran importancia al ejercicio de las obras de misericordia, y dedica un sermón cuaresmal al perdón de las ofensas. El hombre que odia es una cárcel tenebrosa para sí mismo; su corazón es su cárcel. Con este motivo comenta las palabras de san Juan: El que no ama a su hermano está en las tinieblas todavía (Jn 3, 15).

Este ejercicio es necesario para los cristianos durante su vida, pero en la cuaresma es cuando debe purificarse el corazón, y Agustín no se cansa de repetir que es uno de los ejercicios cuaresmales que más deben tenerse en cuenta:

“Atención todos, hombres y mujeres, pequeños y grandes, laicos y clérigos; y yo también me dirijo a mí mismo. Oigamos todos, temamos todos. Si hemos faltado contra los hermanos, hagamos lo que manda el Padre, que también será nuestro juez; pidamos perdón a todos, a los que tal vez hemos ofendido y dañado con nuestras faltas” (Sermón 211, 5).

El ejercicio del perdón mutuo era muy necesario en la diócesis de Hipona, porque los africanos eran vengativos. Ya se sabe también que el ayuno corporal era práctica universal de la Iglesia, con privación de cosas lícitas e ilícitas: “Castiguemos nuestro cuerpo y reduzcámoslo a servidumbre; y, a fin de que las pasiones insumisas no nos arrastren a cosas ilícitas, para dominarlas privémonos también de cosas lícitas” (Sermón 207, 2).

Pero lo que se le niega al cuerpo debe distribuirse a los necesitados, porque el ayuno no aprovecha al que lo guarda sin practicar la misericordia. Constantemente une el Santo las tres cosas -ayunos, oraciones y limosnas-, como medio de prepararse para la Pascua: “Hay que dar limosna, ayunar y orar para vencer las tentaciones del mundo, las insidias del diablo, los trabajos de la vida, las sugestiones de la carne, las turbulencias temporales y toda clase de adversidad corporal y espiritual” (Sermón 207, 1).

Toda esta ascética cuaresmal es propia de cualquier tiempo. Por eso san Agustín asemeja la cuaresma a la misma peregrinación humana, que avanza en este mundo entre contradicciones, fatigas y combates que sólo acabarán con el descanso de la Pascua. “Los pobres a quienes damos limosna, ¿qué otra cosa son sino nuestros portaequipajes, que nos ayudan a transportar nuestros bienes de la tierra al cielo? Los entregas al portaequipajes, y él lleva al cielo lo que le das” (Sermón 97 A, 1).

“Mi exhortación, hermanos, sería ésta: den del pan terreno y llamen a las puertas del Pan celeste. El Señor es ese Pan. Yo soy -dice- el pan de la vida (Jn 5, 35). ¿Cómo te lo va a dar a ti, cuando tú no se lo ofreces al necesitado? Ante ti está un necesitado, y tú mismo estás como necesitado ante otro. Pero aquél está como necesitado ante otro necesitado, mientras que aquél ante quien tú estás no necesita de nadie. Haz tú lo que quieres que se haga contigo (Sermón 389, 6).

(Del libro del P. Víctor Capánaga Agustín de Hipona, Maestro de la conversión cristiana, Madrid 1974, pp. 417-420; resumen del P. Pablo Panedas, oar).


Maná y Vivencias Pascuales (25), 24.4.24

abril 24, 2024

Miércoles de la 4ª semana de Pascua

Yo sé que el mandato de mi Padre es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo, lo hablo como él me ha encargado
Yo sé que el mandato de mi Padre es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo, lo hablo como él me ha encargado.

Antífona de entrada: Salmo 17, 50; 12, 23.

Te daré gracias entre las naciones, Señor, contaré tu fama a mis hermanos. Aleluya.

TEXTO ILUMINADOR

Porque yo no hablo por mi propia cuenta: el Padre que me envió me encargó lo que debo decir y cómo decirlo. Por mi parte, yo sé que su mensaje es vida eterna. Por eso entrego mi mensaje tal como me lo encargó mi Padre (Jn 12, 49-50).

ORACIÓN COLECTA

Señor, tú que eres la vida de los fieles, la gloria de los humildes y la felicidad de los santos, escucha nuestras súplicas y sacia con la abundancia de tus dones a los que tienen sed de tus promesas. Por nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA: Hechos 12, 24- 13, 1-5

En aquellos días, la palabra de Dios iba creciendo y se difundía. Bernabé y Saulo, terminada su misión, volvieron a Jerusalén llevando consigo a Juan por sobrenombre Marcos.

En Antioquía, en la Iglesia que ahí estaba, había profetas y maestros: Bernabé, Simeón llamado el Negro, Lucio el Cireneo, Manahén, que se había criado con el rey Herodes, y Saulo.

Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: “Sepárenme a Bernabé y a Saulo, y envíenlos a realizar la misión a que los he llamado”. Ayunaron, pues, e hicieron oraciones, les pusieron las manos y los enviaron.

Entonces ellos, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí navegaron hasta la isla de Chipre. Llegados a Salamina, anunciaron la Palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, teniendo a Juan como ayudante.

SALMO 66, 2-3. 5. 6 y 8

Que Dios nos dé su gracia y nos bendiga y haga brillar su rostro sobre nosotros; conocerán tus sendas en la tierra, tu salvación en todas las naciones.

Que se alegren y canten de júbilo las naciones, porque juzgas rectamente los pueblos y gobiernas las naciones de la tierra. ¡Oh Dios, que te den gracias los pueblos, que todos los pueblos te den gracias!

Que Dios nos bendiga, y que lo teman hasta en los remotos lugares de la tierra.

Aclamación: Juan 8, 12b

“Yo soy la luz del mundo, dice el Señor. El que me sigue tendrá la luz de la vida”

EVANGELIO: Juan 12, 44-50

En aquel tiempo, exclamó Jesús: El que cree en mí, no cree en mí sino en aquel que me ha enviado. El que me ve, ve al que me ha enviado. Yo soy la luz y he venido al mundo para que quien crea en mí no permanezca en tinieblas.

Al que escucha mi palabra pero no la obedece, no seré yo quien lo condene, porque yo no he venido a condenar al mundo sino a salvarlo. El que me desprecia y no hace caso de mi palabra, tiene quien lo juzgue y condene: será mi propia palabra; ella lo juzgará el último día.

Porque yo no hablo por mi propia cuenta: el Padre que me envió me encargó lo que debo decir y cómo decirlo. Por mi parte, yo sé que su mensaje es vida eterna. Por eso entrego mi mensaje tal como me lo encargó mi Padre.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Ven, Señor, en ayuda de tu pueblo, y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna. Por Jesucristo.

De la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia,

del Concilio Vaticano segundo (Nn. 5-6).

Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló antiguamente a nuestros padres por los profetas, y, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres, y curar a los contritos de corazón, como médico corporal y espiritual, como Mediador entre Dios y los hombres.

En efecto, su misma humanidad, unida a la persona del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación. Por esto, en Cristo se realizó plenamente nuestra reconciliación, y se nos otorgó la plenitud del culto divino.

Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, cuyo preludio habían sido las maravillas divinas llevadas a cabo en el pueblo del antiguo Testamento, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión.

Por este misterio, muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida. Pues el admirable sacramento de la Iglesia entera brotó del costado de Cristo dormido en la cruz.

Por esta razón, así como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo, a su vez, envió a los apóstoles, llenos del Espíritu Santo.

No sólo los envió para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte y nos condujo al reino del Padre, sino también a que realizaran la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica (subrayado mío).

Así, por el bautismo, los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con él, son sepultados con él y resucitan con él, reciben el espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: “¡Abba!” (Padre), y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre.

Del mismo modo, cuantas veces comen la cena del Señor proclaman su muerte hasta que vuelva. Por eso precisamente el mismo día de Pentecostés, en que la Iglesia se manifestó al mundo, los que aceptaron las palabras de Pedro se bautizaron. Y eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones, alabando a Dios, y eran bien vistos de todo el pueblo.

Desde entonces, la iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo lo que se refiere a él en toda la Escritura, celebrando la eucaristía, en la cual se hace de nuevo presente la victoria y el triunfo de su muerte, y dando gracias, al mismo tiempo, a Dios, por su don inexpresable en Cristo Jesús, para alabanza de su gloria.

PINCELADAS DE ESPIRITUALIDAD PASCUAL (1)

Podríamos arriesgarnos a centrar la espiritualidad pascual en esta exclamación de fe: ¡Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo!

La Pascua es la recreación de todas las cosas en Cristo; la restauración total y definitiva de los planes de Dios sobre la humanidad. Podemos decir que en la Pascua Dios «ha dado la talla»: se ha remangado los brazos para hacer algo nuevo, inaudito y para siempre, definitivo.

En efecto, la Trinidad culmina su obra común de las tres personas divinas: la creación, atribuida sin embargo a Dios Padre; culmina la redención realizada por Cristo, pero con la colaboración del Padre y del Espíritu. Y comienza la obra específica del Espíritu, la santificación o divinización definitiva del hombre en Cristo de acuerdo con los designios inescrutables del Padre; porque a él le pareció bien; es lo que más le gustó.

La Pascua es la manifestación palpable de la Trinidad. El hijo del carpintero ha resultado ser en verdad el Hijo de Dios, igual al Yahvé del Antiguo Testamento.

El Espíritu eterno, del que ha sido revestido Cristo, de manera singular y plena en su glorificación, ha sido derramado sobre los discípulos a manos llenas: ellos han sido bautizados, bañados, anegados… hasta ser tenidos por borrachos; es decir, embriagados del poder de Dios, llevados de acá para allá por una energía poderosa y santa, no caprichosa, loca o arbitraria.

¡Éste es el día en que actuó el Señor! Dios, uno y trino, nos ha mostrado todo su amor poderoso, maravilloso. Nos ha dado el Nuevo Adán, el nuevo Mesías y Salvador. No hay otro.

Los creyentes han recibido sin medida el Espíritu de Cristo, que los capacita para hablar, vivir, sentir y actuar como habló, vivió, sintió y actuó el Señor. Son otros Cristo. Han llegado los últimos tiempos. La hora del Espíritu, creador y renovador, que hace nuevas todas las cosas. Cristo les aseguró: mayores cosas que yo haréis.

Por eso, Jesús había dicho también respecto al Espíritu: Os conviene que me vaya, pues si no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, el Consolador, paráclito, abogado defensor, intérprete. Cuando me vaya os lo enviaré; o le pediré al Padre que lo envíe en mi nombre. Cuando él venga os lo enseñará todo. Y se quedará siempre con vosotros.

Ahora os digo: todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra; id por todo el mundo, y dad gratuitamente lo que habéis recibido gratuitamente. Son los últimos tiempos. El Reino padece violencia. Sólo los esforzados lo arrebatan.

El Reino no puede esperar más. Buscadlo por encima de todo; y el resto se os dará por añadidura. No tengáis miedo, pues yo he vencido al mundo. Todo me lo ha entregado el Padre.

El Apóstol nos lo recordará: todo es vuestro; vosotros, de Cristo; y Cristo, de Dios. Id, os doy este mandato. No llevéis túnica de repuesto, no os detengáis… El mundo no puede esperar.

Es tiempo de sembrar a discreción. Ha llegado la hora de Dios. El Banquete está preparado. No se puede desairar a Dios; es lo que ha preparado desde toda la eternidad, ha volcado todo lo suyo, lo ha empeñado todo.

La primitiva Iglesia vive estas realidades última con sorpresa, con fe, con alegría, con creatividad y total abandono en manos de Dios Padre, que todo lo dispone para nuestro bien; viven confiados en el poder de Dios y sintiéndose discípulos de Cristo y testigos de su resurrección, de que está vivo y es Señor; se sienten arrebatados e impulsados por el Espíritu para realizar las obras de Dios en Cristo Jesús.

Los apóstoles y los primeros cristianos dan testimonio de Jesús públicamente y con mucha seguridad, convicción y valentía, «parresía». Todos quedaban admirados… Dios iba agregando a la comunidad a todos los que creían y se bautizaban en el nombre del Señor Jesús.

Tres, podríamos decir, son los protagonistas de la fundación de la Iglesia y de su crecimiento y desarrollo imparable: Los planes de Dios, la comunidad eclesial y los personajes concretos y animadores de la comunidad.

El encarcelamiento de Pedro y Juan y la persecución contra la Iglesia son ocasión para que ésta se ponga en manos de Dios, relea las Escrituras, las interprete en función de las nuevas circunstancias, y experimente el poder de Dios que le envía su Espíritu: retembló la casa, y todos fueron llenos del Espíritu. Estaban alegres y daban gloria a Dios; y el pueblo estaba de su parte.

La persecución contra Esteban provoca la diáspora de los discípulos; éstos se ven obligados a salir de Jerusalén; pero no pueden dejar de anunciar el Evangelio de Cristo a cuantos encuentran en el camino. Muchos se convierten. Van surgiendo personas con nombre y rostro definidos, como el diácono Felipe, como Bernabé, hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe.

El Espíritu está vivo y suelto: los discípulos sienten su acción, perciben claramente que les habla, siguen sus avisos y pasan de una aventura de fe a otra y a otra… La Palabra no está encadenada.

Pedro sale de Jerusalén, visita las comunidades, hace milagros porque vive en sintonía con el celo de Cristo manifestado ahora por el Espíritu. Oro y plata no tengo, pero te doy lo que tengo, la fe en Cristo: en su nombre levántate y anda; se levantó y glorificaba a Dios.

La presencia del Espíritu es tan real y perceptible para la primera comunidad como lo era la humanidad de Cristo cuando caminaba por Palestina. Casi podríamos decir que el Espíritu tiene más influencia, más fuerza persuasiva que el mismo Jesús en carne mortal. El Espíritu es el testigo interior.

Él se junta a nuestro espíritu hasta confundirse. Dirá san Pablo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, es el Espíritu de Cristo quien vive en mí, quien me inspira, me mueve, me consuela, me dirige, me confirma en todo lo que siento y hago, me plenifica, me hace feliz en Dios. Qué bueno es el Seño. Cómo no alabarlo… Es digno de toda bendición.

El Espíritu transforma a los discípulos según el modelo del Maestro. Así, Bernabé, persona acogedora, fiel a Dios, descubre la acción de Dios en la comunidad, incluso en los paganos, y se alegra por ello, acoge a los nuevos convertidos, los acompaña, los impulsa a que se sometan a la acción del Espíritu…

Es lo que hace con Pablo: lo acoge, valora la gracia de Dios en él, lo busca, lo inicia en el seguimiento del Señor, le socorre en la integración en la comunidad y en la proclamación del Evangelio.

Admiramos los planes de Dios sobre la comunidad y sobre cuantos creen en Cristo, pues él no hace acepción de personas. Quiere que todos tengan vida, pues son sus hijos. Y lo dispone todo sobre algunas personas «elegidas» por él para ser sus testigos, como Pablo. Nada es casual. Nada es desperdiciable.

De esta manera, según los Hechos de los Apóstoles, Dios va cumpliendo sus designios de salvación acompañando a los apóstoles, a la primitiva comunidad, a judíos y gentiles para que experimenten el poder de Dios. Han llegado los últimos tiempos. Es la hora del Espíritu que hace nuevas todas las cosas; ahora todos serán enseñados por el Señor; ellos serán su pueblo, y el Señor será su Dios; y lo verán todas las naciones.

Está brotando el desierto, lo imposible se hace posible. Dichosos los que oyen. Dios está actuando con todo su poder, porque Dios es Dios. Está abriendo nuestra mente para que todos entendamos, por fin. Nos asegura: Yo no soy como los humanos. Yo lo digo y pongo por obra. Está brotando, se siente… ¿Es que no lo notáis?

Ah, Señor, ten paciencia conmigo. Habla, Señor, que tu siervo escucha. No pases de largo. Quédate con nosotros, pues atardece. Alabado seas, Señor, en tus santos designios. Amén.


Pinceladas de espiritualidad pascual (4/4)

abril 23, 2024

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Reina del cielo, alégrate, aleluya… Ruega por nosotros, aleluya. Alégrate y goza, Virgen María, el Señor está en medio de ti, aleluya.

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Pinceladas de espiritualidad pascual (4 de 4)

Saludo pascual a la Virgen María en vez del ángelus habitual.


La Iglesia tiene dos formas de saludar a la Virgen María durante el año litúrgico: el propio del tiempo pascual, el «Regina Coeli», y el «Ángelus» para el resto del año. En su momento hicimos un comentario al Ángelus. Ahora vamos a comentar muy brevemente el saludo pascual: ¡Reina del cielo, alégrate! ¡Aleluya!

La Virgen María estuvo particularmente cercana a Jesús en los misterios de su muerte y resurrección, en el nacimiento de la Iglesia y en la venida del Espíritu Santo. Cumplida su misión terrena, fue llevada al Cielo y coronada de gloria junto a su Hijo, esperando que Cristo recapitule todas las cosas y las entregue al Padre.

María es la perfecta discípula del Señor que colaboró como nadie, y de manera totalmente excepcional, en la obra de la redención: comenzando por el misterio de la Encarnación y culminando su misión participando en la muerte y resurrección de su Hijo.

Recordemos que ella permaneció firme, fiel e íntegra ante el misterio de la muerte y sepultura de su hijo Jesús. Ella, la “mujer”, la nueva Eva, recibe el testamento del Crucificado: «Ahí tienes a tu hijo».

Ella sabe en fe que Jesús no puede morir. Por eso, la Iglesia siempre ha creído que la Virgen María fue la primera que creyó en la resurrección, la primera que “vio” a Jesús como Resucitado y constituido Señor y Salvador. No le hacían falta apariciones. Ningún evangelista narra esas posibles apariciones.

Por lo demás resulta llamativo que estando tan estrechamente unidas la Madre de Jesús y las demás mujeres en la crucifixión, y en la recepción del cuerpo de Jesús, bajado de la cruz para ser embalsamado y sepultado, en el regreso a la casa ya anocheciendo, en el duelo y posible vigilia… no fueran juntas al sepulcro ya de madrugada.

¿Cómo no iba a estar con ellas la Madre de Jesús en todas esas experiencias referentes a la despedida de Jesús, su muerte, sepultura, duelo…? ¿Cómo se explica que solamente ella faltase a esas atenciones piadosas?

De ahí que la Virgen María es la que mejor puede iniciarnos en la fe pascual, y guiarnos en la experiencia de la salvación plena en Cristo el Señor. Ella es la Madre del Resucitado.

De hecho María, rodeada de otras mujeres testigos de la resurrección, acompañó en el Cenáculo a los discípulos en el proceso pascual del alumbramiento del nuevo Israel, la Iglesia, hasta recibir la plenitud del Espíritu en Pentecostés, como la verdadera y única «madre de los creyentes». Ella es la llena del Espíritu Santo.

Nadie mejor que ella nos puede acompañar en este tiempo pascual hasta que experimentemos la plena salvación en Cristo. Por eso, la Iglesia la saluda con especial devoción, alegría y júbilo, y con la esperanza que no engaña durante el tiempo pascual.

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REINA DEL CIELO, ALÉGRATE, ALELUYA

Alégrate, María, porque Dios está definitivamente prendado de tu belleza y santidad: Amándote con predilección, va forjando tu personalidad única. Eres su obra maravillosa, la llena de gracia.

Dios Padre bendice y corona a María porque todas las expectativas que proyectaba sobre ella han sido plenamente cumplidas. No le ha defraudado en lo más mínimo. Alégrate, María, aleluya. Y alaba a tu Dios porque ha hecho obras grandes en ti.

PORQUE EL SEÑOR, A QUIEN HAS MERECIDO LLEVAR, ALELUYA

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Vive el Señor a quien has merecido llevar, aleluya

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Vive el Señor, a quien has merecido llevar: primero por la fe en tu mente, y después en tu seno, Virgen María. Aleluya.

María ha vivido la intimidad más delicada y tierna con el Hijo de Dios concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.

Una experiencia inimaginable, que ni ojo puede ver, ni oído oír, ni puede venir a mente humana algo parecido.

El Hijo unigénito de Dios ha concedido a María -llena de gracia- la facilidad y el gozo de cumplir la voluntad del Padre creador, de una manera espontánea, querida de corazón, alegre y plena; por ello gratificante, pues colabora con el plan de Dios como si se tratara de algo soñado por ella misma.

Ninguna posibilidad de gracia venida del Padre ha sido despreciada o frustrada en María, gracias a la comunión que se le ha concedido experimentar con el que habita en el seno del Padre “comiendo” su voluntad, con el que es el Rostro de Dios, la Imagen del Padre.

En definitiva, con el que es su propio hijo. Un hijo al que la Virgen María da vida y conforma en su seno, pero a la vez, él conforma a su madre, la modela y perfecciona en una vida totalmente sumisa a la voluntad del Padre.

Por eso, ahora en el cielo, el Hijo de María corona a su Madre como Reina y Señora del universo, de cuanto fue creado y recreado en Cristo.

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HA RESUCITADO, SEGÚN SU PALABRA, ALELUYA

La Virgen María ha sido habitada por el Poder de Dios. El Espíritu de Dios ha venido sobre toda su persona, sobre todo su ser hasta hacer su morada en ella.

El Espíritu ha estado guiando sus pensamientos y acciones durante toda su existencia. Gracias al Espíritu María ha colaborado en la obra de la salvación como nadie.

Verdaderamente Dios, por su Espíritu, ha estado grande con ella: ha concebido al Hijo de Dios, y lo ha acompañado en toda la gesta de la salvación, pasando por su muerte y resurrección.

Ella, llena del Espíritu, ha mantenido la fe de los discípulos hasta el día de Pentecostés. Ella es Madre de la Iglesia. Y su misión continúa en el cielo intercediendo por los hijos de la Iglesia.

Así su maternidad llega a plenitud, según los designios de Dios; de un Dios que es comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu. María entra de lleno en la vida íntima de la Trinidad.

Por eso, en verdad, la Virgen María es honrada como Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, y Esposa del Espíritu Santo. ¡Dichosa tú que has creído!

RUEGA AL SEÑOR POR NOSOTROS, ALELUYA

– GOZA Y ALÉGRATE, VIRGEN MARÍA, ALELUYA

– PORQUE VERDADERAMENTE HA RESUCITADO EL SEÑOR, ALELUYA

OREMOS

Oh Dios, que mediante la resurrección de tu Hijo Jesucristo, te has dignado alegrar al mundo; concédenos, por la intercesión de la Virgen María, alcanzar los gozos de la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.


Maná y Vivencias Pascuales (24), 23.4.24

abril 23, 2024

Martes de la 4ª Semana de Pascua

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Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen, y yo les doy la vida eterna

Antífona de entrada: Apocalipsis 19, 7.6

Con alegría y regocijo demos gloria a Dios, porque ha establecido su reinado el Señor. Aleluya.

TEXTOS ILUMINADORES.- Mis ovejas conocen mi voz y yo las conozco a ellas. Ellas me siguen y yo les doy vida eterna: nunca morirán. Nadie me las puede quitar porque mi Padre que me las ha dado es mayor que todos, y nadie se las puede quitar a él. Yo y mi Padre somos uno” (Jn 10, 27-30).

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Antes erais “no pueblo”, ahora sois “pueblo de Dios”; antes erais “no compadecidos”, ahora sois “compadecidos” (1 P 2, 9-10).

ORACIÓN COLECTA

Te pedimos, Señor todopoderoso, que la celebración de las fiestas de Cristo resucitado aumente en nosotros la alegría de sabernos salvados. Por nuestro Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante. Por Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Hechos 11, 19-26

En aquellos días, los que se habían dispersado a raíz de la persecución que siguió a la muerte de Esteban, llegaron hasta Fenicia, la isla de Chipre y la ciudad de Antioquía, aunque sólo predicaban a los judíos.

Sin embargo, había entre ellos algunos hombres de Chipre y de Cirene que al llegar a Antioquía predicaron también a los griegos y les anunciaron la buena nueva del Señor Jesús. La mano del Señor estaba con ellos, y fueron numerosos los que creyeron y siguieron al Señor.

Esta noticia llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y mandaron a Bernabé a Antioquía. Cuando llegó y vio la gracia de Dios, se alegró y los animó a permanecer fieles al Señor con firme corazón, pues era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe. Así una enorme multitud conoció al Señor.

Bernabé entonces salió para Tarso en busca de Saulo, y apenas lo halló, lo llevó consigo a Antioquía. En esta Iglesia convivieron todo un año y enseñaron la doctrina cristiana a mucha gente. En Antioquía fue donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de “cristianos”.

SALMO 86, 1-3. 4-5. 6-7

Alabad al Señor, todas las naciones.

Él la ha cimentado sobre el monte santo; y el Señor prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

«Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí.» Se dirá de Sión: «Uno por uno todos han nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado.»

El Señor escribirá en el registro de los pueblos: «Éste ha nacido allí.» Y cantarán mientras danzan: «Todas mis fuentes están en ti.»

Aclamación antes del Evangelio: Juan 10, 27

Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor, y yo las conozco y ellas me siguen. Aleluya.

EVANGELIO: Juan 10, 22-30.- Yo y el Padre somos uno.

En aquel tiempo se celebraba en Jerusalén la fiesta conmemorativa de la Dedicación del Templo. Era invierno y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón cuando los judíos lo rodearon y le dijeron: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si eres el Cristo, dínoslo claramente”.

Jesús les respondió: “Ya se lo he dicho, pero ustedes no quieren creer. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre declaran quién soy yo. Pero ustedes no creen porque no son de mis ovejas.

Mis ovejas conocen mi voz y yo las conozco a ellas. Ellas me siguen y yo les doy vida eterna: nunca morirán. Nadie me las puede quitar porque mi Padre que me las ha dado es mayor que todos, y nadie se las puede quitar a él. Yo y mi Padre somos uno”.

Antífona de Comunión: Colosenses 3,17

Todo lo que de palabra o de obra realicéis sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la acción de gracias a Dios. Aleluya.

De los sermones de san Pedro Crisólogo, obispo

Sé tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios.

Os exhorto, por la misericordia de Dios, nos dice san Pablo. Él nos exhorta, o mejor dicho, Dios nos exhorta, por medio de él. El Señor se presenta como quien ruega, porque prefiere ser amado que temido, y le agrada más mostrarse como Padre que aparecer como Señor. Dios, pues, suplica por misericordia para no tener que castigar con rigor.

Escucha cómo suplica el Señor: «Mirad y contemplad en mí vuestro mismo cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y si ante lo que es propio de Dios teméis, ¿por qué no amáis al contemplar lo que es de vuestra misma naturaleza? Si teméis a Dios como Señor, ¿por qué no acudís a él como Padre?

Pero quizá sea la inmensidad de mi Pasión, cuyos responsables fuisteis vosotros, lo que os confunde. No temáis. Esta cruz no es mi aguijón, sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos, lo que hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en la cruz os acoge con un seno más dilatado, pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de vuestro precio.

Venid, pues, retornad y comprobaréis que soy un padre, que devuelvo bien por mal, amor por injurias, inmensa caridad como paga de las muchas heridas».

Pero escuchemos ya lo que nos dice el Apóstol: Os exhorto –dice– a presentar vuestros cuerpos. Al rogar así el Apóstol eleva a todos los hombres a la dignidad del sacerdocio: a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.

¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es, a la vez, sacerdote y víctima! El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo y en sí mismo lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio no podría matar esta víctima.

Misterioso sacrificio en que el cuerpo es ofrecido sin inmolación del cuerpo, y la sangre se ofrece sin derramamiento de sangre. Os exhorto, por la misericordia de Dios –dice–, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.

Este sacrificio, hermanos, es como una imagen del de Cristo que, permaneciendo vivo, inmoló su cuerpo por la vida del mundo: él hizo efectivamente de su cuerpo una hostia viva, porque a pesar de haber sido muerto, continúa viviendo. En un sacrificio como éste, la muerte tuvo su parte, pero la víctima permaneció viva; la muerte resultó castigada; la víctima, en cambio, no perdió la vida.

Así también, para los mártires, la muerte fue un nacimiento: su fin, un principio; al ajusticiarlos encontraron la vida y, cuando, en la tierra, los hombres pensaban que habían muerto, empezaron a brillar resplandecientes en el cielo.

Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como una hostia viva. Es lo mismo que ya había dicho el profeta: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo.

Hombre, procura, pues, ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido.

Revístete con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente, que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que tu oración arda continuamente, como perfume de incienso: toma en tus manos la espada del Espíritu: haz de tu corazón un altar, y así, afianzado en Dios, presenta tu cuerpo al Señor como sacrificio.

Dios te pide la fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega, no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena voluntad (Sermón 108: PL 52, 49)


Maná y Vivencias Pascuales (23), 22.4.24

abril 22, 2024

Lunes de la 4ª semana de Pascua

Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen
Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen

Antífona de entrada: Romanos 6, 9

Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte no tiene dominio sobre él. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

¡Oh Dios!, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste la humanidad caída; concede a tus fieles la verdadera alegría, para que, quienes han sido librados de la esclavitud del pecado, alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Hechos 11, 1-18

En aquellos días, los apóstoles y los hermanos que vivían en Judea oyeron que también los no judíos habían aceptado la Palabra de Dios.

Cuando Pedro subió a Jerusalén los creyentes judíos comenzaron a discutir con él, y le dijeron: “Entraste en casa de algunos que no eran circuncisos y comiste con ellos”.

Entonces Pedro se puso a explicarles los hechos punto por punto, diciendo: Estaba yo haciendo oración en la ciudad de Joppe cuando tuve un éxtasis: Vi una cosa parecida a un lienzo, amarrado por las cuatro puntas, que bajaba del cielo y que llegó hasta mí. Lo miré atentamente y vi en él cuadrúpedos de la tierra. Bestias del campo, reptiles y aves del cielo. Oí también una voz que me decía: “Pedro, levántate, mata y come”.

Yo contesté: “De ninguna manera, Señor, nunca he comido algo profano o impuro”. La voz me dijo por segunda vez: “Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro”. Esto se repitió tres veces y después fue levantado hacia el cielo.

En ese momento se presentaron en la casa en que estábamos tres hombres enviados desde Cesarea en mi búsqueda. El Espíritu me dijo que los siguiera sin vacilar. Me acompañaron estos seis hermanos y entramos a la casa de aquel hombre.

Él nos contó cómo había visto un ángel que se presentó en su casa y le dijo: “Manda a buscar a Joppe a Simón, llamado Pedro. Él te dará el mensaje por el que te salves tú y toda tu familia”.

Apenas había comenzado yo a hablar, cuando el Espíritu Santo bajó sobre ellos, como había bajado al principio sobre nosotros. Entonces me acordé de las palabras del Señor que dijo: “Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo”.

Si ellos creían en el Señor Jesucristo y Dios les comunicaba lo mismo que a nosotros, ¿quién era yo para oponerme a Dios?”.

Cuando oyeron esto se tranquilizaron y alabaron a Dios, diciendo: “También a los que no son judíos Dios les da parte en esta conversión que lleva a la vida”.

SALMO 41, 2-3. Sal 42, 3-4

Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío

Tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu verdad: Que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada.

Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría, que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío.

Aclamación antes del Evangelio: Juan 10, 14

Yo soy el Buen Pastor: conozco mis ovejas y ellas me conocen

EVANGELIO: Juan 10, 1-10.- Yo soy la puerta de las ovejas

En aquel tiempo, dijo Jesús: “Quien no entra por la puerta al corral de las ovejas, sino por cualquier otra parte, es un ladrón y un salteador. Pero el pastor de las ovejas entra por la puerta. El cuidador le abre, y las ovejas escuchan su voz: llama por su nombre a cada una de sus ovejas y las saca fuera del corral.

Cuando ha sacado a todas las que son suyas, va caminando al frente de ellas, y lo siguen porque conocen su voz. A otro no lo seguirán: más bien huirán de él porque desconocen la voz del extraño”.

Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron lo que les hablaba. Jesús tomó entonces de nuevo la palabra: “En verdad les digo, yo soy la puerta para las ovejas. Todos los que se presentaron antes que yo son ladrones y malhechores; pero las ovejas no les hicieron caso.

Yo soy la puerta: el que entra por mí está a salvo, circula libremente y encuentra alimento. El ladrón entra solamente a robar, a matar y a destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.

Antífona de comunión: Juan 20,19

Jesus se presentó en medio de sus discípulos y les dijo: «La paz sea con ustedes». Aleluya.

De las homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los evangelios

Cristo, el buen pastor

Yo soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas, es decir, las amo, y ellas me conocen a mí. Es como si dijese con toda claridad: «Los que me aman me obedecen» Pues el que no ama la verdad es que todavía no la conoce.

Ya que habéis oído, hermanos, cuál sea nuestro peligro, pensad también, por estas palabras del Señor, cuál es el vuestro. Ved si sois verdaderamente ovejas suyas, ved si de verdad lo conocéis, ved si percibís la luz de la verdad.

Me refiero a la percepción no por la fe, sino por el amor y por las obras. Pues el mismo evangelista Juan, de quien son estas palabras, afirma también: Quien dice: «Yo conozco a Dios», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso.

Por esto el Señor añade, en este mismo texto: Como el Padre me conoce a mí, yo conozco al Padre y doy mi vida por mis ovejas, lo que equivale a decir: «En esto consiste mi conocimiento del Padre y el conocimiento que el Padre tiene de mí, en que doy mi vida por mis ovejas; esto es, el amor que me hace morir por mis ovejas demuestra hasta qué punto amo al Padre».

Referente a sus ovejas, dice también: Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy vida eterna.

Y un poco antes había dicho también acerca de ellas: El que entre por mí se salvará, disfrutará de libertad para entrar y salir, y encontrará pastos abundantes. Entrará, en efecto, al abrirse a la fe, saldrá al pasar de la fe a la visión y la contemplación, encontrará pastos en el banquete eterno.

Sus ovejas encontrarán pastos, porque todo aquel que lo sigue con un corazón sencillo es alimentado con un pasto siempre verde. ¿Y cuál es el pasto de estas ovejas, sino el gozo íntimo de un paraíso siempre lozano? El pasto de los elegidos es la presencia del rostro de Dios, que, al ser contemplado ya sin obstáculo alguno, sacia para siempre el espíritu con el alimento de vida.

Busquemos, pues, queridos hermanos, estos pastos, para alegrarnos en ellos junto con la multitud de los ciudadanos del cielo. La misma alegría de los que ya disfrutan de este gozo nos invita a ello. Por tanto, hermanos, despertemos nuestro espíritu, enardezcamos nuestra fe, inflamemos nuestro deseo de las cosas celestiales; amar así es ponernos ya en camino.

Que ninguna adversidad nos prive del gozo de esta fiesta interior, porque al que tiene la firme decisión de llegar a un lugar ningún obstáculo del camino puede frenarlo en su propósito.

Que tampoco nos dejemos seducir por la prosperidad, ya que sería un caminante insensato el que, contemplando la amenidad del paisaje, se olvidara del término de su camino (Homilía 14, 3-6: PL 76, 1129-1130).


Pinceladas de espiritualidad pascual (3/4)

abril 21, 2024

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Cuando venga el Espíritu les enseñará todas las cosas que les he dicho.

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PINCELADAS DE ESPIRITUALIDAD PASCUAL (3 de 4)

La transformación de los apóstoles y de los discípulos a raíz de la muerte y resurrección de su Maestro y de la venida del Espíritu Santo

Los días pasados, analizábamos algunas características de la espiritualidad pascual: del modo de pensar y de vivir que experimentaron los discípulos de Jesús a raíz de la muerte y resurrección de su Señor.

¿Qué experimentaron ellos en su vida personal y comunitaria? Pues nos interesa conocerlo, porque creemos que lo que ellos recibieron, nos pertenece también a nosotros.

Y lo resumimos en estos puntos:

1.- Se les concedió un conocimiento verdadero de la persona y de la misión de Jesús, a la luz de la Sagrada Escritura.

Pudieron “releer” la Palabra de Dios, sobre todo lo referente al Mesías, y contrastarlo con todo lo vivido al lado de Jesús. Fueron iluminados por Dios, como nosotros por el santo bautismo. Les quedó todo mucho más claro y cercano y experimentaron una gran alegría interior y seguridad.

“Conocieron” a Dios. Se cumplió la promesa del antiguo Testamento. Serán todos enseñados por Dios.

2.- El Espíritu trasformó su corazón dándoles la mente de Cristo y el sentir de Cristo, su mismo corazón y espíritu.

Lograron una plena identificación con los ideales de Cristo. Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, aclara el apóstol Pablo.

El mismo confiesa: Cristo me amó y se entregó por mí; ¡ay de mí, si no evangelizare! He sido alcanzado por el Amor de Cristo. Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir.

3.- El misterio de la persona y de la misión salvífica de Jesús vino a ocupar el centro de su vida.

Experimentaron una pasión por la causa de Jesús. Sólo querían conocer a Cristo y darlo a conocer a todo el mundo. Todo lo demás pasó a segundo lugar. Más todavía: Todo lo que no fuera Cristo lo consideraban pérdida y basura… En fin, despreciable.

4.- Los apóstoles comenzaron a testificar con palabras poderosas.

Experimentan una fuerza extraordinaria que los empujaba a testimoniar con valentía, con mucha convicción, seguridad y aplomo que Jesús estaba vivo: parresía.

No pueden dejar de hablar de Jesús. Prefieren la gloria de Dios a la de los hombres. No hay quien los pueda acallar.

5.- El pueblo estaba admirado no sólo por las palabras sino también por las obras que las acompañaban: por los milagros que los discípulos realizaban en nombre de Jesús “el Señor”.

El pueblo se hacía lenguas hablando de los apóstoles y de la comunidad de creyentes.

6.- De esta forma, nació la iglesia: la “ecclesía” o reunión de los que son convocados por Dios mismo.

Los que creen, son bautizados en el nombre de Jesús, se les perdonan los pecados y reciben el Espíritu Santo. La nueva vida encontrada constituye el mayor tesoro de los hermanos: Dios mismo. Todo lo demás es relativo, no merece la pena tomarlo en serio. No se puede ni comparar con lo que nos espera cuando la esperanza sea cumplida.

7.- Por eso, muchos hermanos venden lo que tienen y lo depositan ante los responsables de la Iglesia, para que sirva a los necesitados: teniendo en común a Dios, lo máximo, único y necesario, ¿cómo no iban a tener en común las bagatelas de la vida terrenal y pasajera? Los bienes terrenos ya no tenían que separar y dividir a los discípulos.

Por eso, todo lo tenían en común, y nadie pasaba necesidad. Tenían una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios.

Así, en el corazón de la Iglesia, nacen los primeros ensayos de vida en comunidad, de hermanos que viven en pobreza y disponibilidad para practicar las bienaventuranzas y predicar el Reino. Vivían en comunión de bienes materiales.

Estas formas de vida cristiana después evolucionarán, se organizarán y serán llamadas «vida consagrada» o práctica de los consejos evangélicos.

8.- La Iglesia crecía y se multiplicaba con la aprobación de todo el pueblo.

La gente quedaba gratamente impresionada y ansiaba ingresar a la comunidad eclesial.

Los apóstoles, junto con los discípulos que iban conformando las comunidades por todas partes, glorificaban a Dios en todo tiempo y lugar, de tal modo que en la alabanza de Dios encontraban la fuerza para superar todas las dificultades.

Eran en verdad, inexpugnables. La gracia de Dios les bastaba. Se gloriaban en sus debilidades para que así apareciera más claramente que todo se debía al Señor.

9.- Se les dio un Espíritu sin medida en Pentecostés: Dios Padre cumplió su promesa enviándoles a través de Cristo el Espíritu Santo.

El Resucitado los había enviado a predicar por todo el mundo y a realizar las mismas obras que él hacía en su vida mortal, y aun mayores. Pero les advirtió que permanecieran en Jerusalén hasta que fueran revestidos de lo alto, del Espíritu Santo.

Sólo después de recibir la plenitud del Espíritu, fueron capacitados para realizar las obras de Dios, y entonces salieron a predicar. Daban de manera generosa y gratuita lo que habían recibido gratuitamente de Dios por Cristo el Señor.

Glorificaban a Dios en todo momento por las maravillas realizadas en los que creían, fueran judíos o gentiles, pues Dios no hace distinción de personas.

Los apóstoles comprendieron que los últimos tiempos habían llegado: la hora del Espíritu y de la Iglesia. Por eso, el Espíritu y la esposa dicen: «Ven, Señor Jesús».

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Estimada hermana, amable hermano: Estas maravillas obradas por Dios en los apóstoles y discípulos del Señor quiere realizarlas también en ti, en cada uno de nosotros.

Por el bautismo se nos dio la salvación: fuimos sepultados con Cristo para resucitar con él a una vida nueva gracias a la acción del Espíritu.

Si tu vida no es tan «esplendorosa», luminosa y testimonial, y evangélicamente correcta como la de los apóstoles, todavía te falta algo importante, aún no eres, del todo, «gloria de Dios» en el mundo.

Pero no te preocupes, a lo largo de esta Pascua el Señor quiere darte la “vida en abundancia”; la que nos prometió Jesús y mereció para nosotros, con su pasión y muerte, con su resurrección.

Por tu parte, vete disponiéndote y créetelo, y así al final de este tiempo pascual recibirás una nueva efusión del Espíritu en Pentecostés que te cambiará notablemente la mente y el corazón, tu personalidad integralmente tomada.

Por lo demás, es cierto que ya tienes el Espíritu Santo, desde el Bautismo. Pero la cuestión es «cómo lo tienes». Es decir, la manera como te está transformando día a día en «otro» Cristo. Si está activo y dinámico el Espíritu en ti, o está apagado, ignorado, mortecino.

Eso es lo que vas a pedir y agradecer, ya desde ahora, cada jornada de este tiempo precioso de Pascua: Que tengas vida nueva y en abundancia por la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado.

Que Dios te bendiga en todas tus necesidades, según su gran misericordia. ¡Amén!


Maná y Vivencias Pascuales (22), 21.4.24

abril 20, 2024

Domingo de la IV semana de Pascua, Ciclo B


DOMINGO DEL BUEN PASTOR

Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

 «Yo y el Padre somos uno.» Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño
«Yo y el Padre somos uno» Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

TEXTO ILUMINADOR.- El Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.

Antífona de entrada: Sal 32, 5-6

La misericordia del Señor llena la tierra, la palabra del Señor hizo el cielo. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Dios todopoderoso y eterno, que has dado a tu Iglesia el gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo; concédenos también la alegría eterna del reino de tus elegidos, para que así el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor. Por nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA: Hechos de los apóstoles 4, 8-12

En aquellos días, Pedro, lleno de Espíritu Santo, dijo:

«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros.

Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.»

SALMO 117, 1 y 8-9. 21-23. 26 y 28-29

La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes.

Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.

Bendito el que viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor. Tú eres mi Dios, te doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

SEGUNDA LECTURA: 1 Juan 3, 1-2

Queridos hermanos:

Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.

Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Aclamación antes del Evangelio: Juan 10, 14

Aleluya, aleluya. Yo soy el Buen Pastor, dice el Señor, conozco a mis ovejas y ellas me conocen. Aleluya.

EVANGELIO: Juan 10,11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

Antífona de comunión

Ha resucitado el buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya.

Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»

COMENTARIO

Conforme vamos avanzando en el camino pascual, la Iglesia nos recuerda los pasos de la primitiva comunidad de los discípulos de Jesús. Ellos experimentaron un proceso de crecimiento en la fe que posibilitaba el triunfo real de Jesús Resucitado en todos los ámbitos de la vida: en lo personal, comunitario y social; tanto en el mundo judío, como en el pagano.

Estamos en los últimos tiempos y la voluntad salvífica del Padre tiene que hacerse efectiva porque Cristo ha llevado a plenitud la salvación en su propia persona y ha dejado su Espíritu para que los discípulos puedan hacer las mismas obras que su Maestro.

Pedro y los apóstoles hacen milagros y signos que suscitan la admiración de la gente y la fe. La Palabra es proclamada con poder, la Iglesia se edifica y robustece, los que creen quedan llenos del gozo del Espíritu.

El Resucitado lleva a plenitud el pastoreo que ejerció durante su vida terrena gracias a la acción del Espíritu. Al despedirse, Jesús les dijo claramente: Me quedan muchas cosas por deciros, pero por ahora no podéis cargar con ellas; cuando venga el Espíritu, os enseñará todo.

Gracias al Espíritu que les ha insuflado el Resucitado, los discípulos pueden escuchar mejor la voz inconfundible de su Señor, el Buen Pastor, y lo siguen con mayor convicción y valentía, con esperanza. Los sostiene el Espíritu derramado en sus corazones que les atestigua que Cristo está vivo y que el Padre los ama y les ha entregado definitivamente el Reino.

Por eso, celebramos hoy a Cristo el Buen Pastor. Él sigue vivo reuniendo a sus hermanos de entre todos los pueblos. La Palabra no está encadenada y debe ser predicada hasta los confines de la tierra. Y como la mies que le ha dado el Padre es abundante, Cristo sigue buscando colaboradores para llevar a cabo la obra que el Padre le ha encomendado, y que nadie se pierda.

Para tan ingente tarea faltan brazos. Hoy la Iglesia, extendida por todo el mundo, pide al Dueño que envíe obreros a su mies.

Además de orar, nuestro compromiso debe llegar hasta la promoción y propuesta de la vocación a ciertas personas que conocemos. En estos días los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan la conversión de san Pablo y su llamada a predicar el Evangelio a todas las gentes. ¿Proponer la vocación y llamar a un perseguidor de la Iglesia? ¡A quién se le ocurre!

Así son los designios de Dios. Para él todo es posible. Él quiere seguir llamando porque nadie debería perderse. ¿Le prestarás tu voz para proponer a tu hermano, cercano o lejano, el seguimiento de Jesús?

A lo mejor, tú mismo podrías ofrecer tu voz y tus pies para proclamar que Cristo está vivo, ya que la mies sigue siendo en nuestros días abundante y los obreros pocos. Piénsalo ante Cristo el Buen Pastor, cuyo corazón es consumido por el celo de la gloria de Dios.

Con esta intención vocacional y de testimonio elevamos nuestra súplica agustiniana en comunión con toda la Iglesia.

SEÑOR, DIOS NUESTRO: HAZ QUE EL CLAMOR DE TU VOZ LLEGUE A MUCHOS; QUE SE LEVANTEN Y VIVAN UNIDOS EN TI.

PREPARA SUS CORAZONES CON TU PALABRA, DE MODO QUE SE DISPONGAN A EVANGELIZAR A LOS POBRES, Y A CUIDAR DE TU MIES ABUNDANTE.

SEÑOR, QUE TODOS LOS LLAMADOS A LA VIDA AGUSTINA RECOLETA ESCUCHEN TU VOZ Y PUEDAN CUMPLIR TU VOLUNTAD.- AMÉN.

ÁNGELUS DEL 26 DE ABRIL DE 2015

Papa Francisco: El Buen Pastor no es “manager” sino siervo

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Cuarto Domingo de Pascua, llamado “Domingo del Buen Pastor”, cada año, nos invita a redescubrir, con una sorpresa siempre nueva, esta definición que Jesús se da a sí mismo, releyéndola a la luz de su pasión, muerte y resurrección.

“El Buen Pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11): estas palabras se realizan plenamente cuando Cristo, obedeciendo libremente a la voluntad del Padre, se ha inmolado en la Cruz.. 

En ese momento se aclara lo que significa que Él es el Buen Pastor: ha ofrecido su vida en sacrificio por nosotros. ¡Por esto es el Buen Pastor! Cristo es el pastor verdadero, que lleva a cabo el modelo más alto de amor por su grey: Él dispone libremente de su vida, nadie se la quita (cfr. v.18), porque la da a favor de las ovejas (v.17).

En abierta oposición a los falsos pastores, Jesús se presenta como el verdadero y único pastor del pueblo: el mal pastor piensa en sí mismo y se aprovecha de las ovejas; el buen pastor piensa en las ovejas y se da a sí mismo..

A diferencia del mercenario, Cristo pastor es un guía cuidadoso que participa en la vida de su rebaño, que no busca su propio interés, que no tiene otra ambición que la de guiar, alimentar, proteger a sus ovejas… Y todo esto por el precio más alto, el del sacrificio de la propia vida. En la figura de Jesús, pastor bueno, nosotros contemplamos la Providencia de Dios, su cuidado paterno por cada uno de nosotros.

La consecuencia de esta contemplación de Jesús pastor verdadero y bueno, es la exclamación de conmovido estupor que encontramos en la Segunda Lectura de la liturgia de hoy: “Ved con qué gran amor nos amó el Padre…” (1 Jn 3,1).

Y es verdaderamente un amor sorprendente y misterioso, porque dándonos a Jesús como Pastor que da la vida por nosotros, el Padre nos ha dado ¡lo más grande y precioso que podía darnos!.

Es el amor más alto y más puro, porque no está motivado por ninguna necesidad, no está condicionado por ningún cálculo, no está vinculado a ningún deseo interesado de intercambio. Frente a este amor de Dios, nosotros experimentamos una alegría inmensa y nos abrimos al reconocimiento por lo que hemos recibido gratuitamente. 

Pero contemplar y agradecer no basta. Es necesario seguir al Buen Pastor. En especial, los que tienen la misión de guía en la Iglesia –sacerdotes, obispos, Papas-, son llamados a asumir no la mentalidad del manager sino la de siervo, a imitación de Jesús que, desnudándose a sí mismo, nos ha salvado con su misericordia.

En este estilo de vida pastoral  son llamados también los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma, que he tenido la alegría de ordenar esta mañana en la Basílica de San Pedro..

María Santísima obtenga para mí, para los obispos y para los sacerdotes de todo el mundo la gracia de servir al Pueblo Santo de Dios mediante la gozosa predicación del Evangelio, la sentida celebración de los Sacramentos y la paciente y mansa guía pastoral..

sources: ALETEIA


Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 2024: Mensaje del Papa Francisco.

abril 20, 2024

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Escuchar la llamada divina es el modo más seguro que tenemos para alimentar el deseo de felicidad que llevamos dentro.

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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA 61a JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
– 21 de abril de 2024

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Llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz

Queridos hermanos y hermanas:

Cada año la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos invita a considerar el precioso don de la llamada que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros, su pueblo fiel en camino, para que podamos ser partícipes de su proyecto de amor y encarnar la belleza del Evangelio en los diversos estados de vida.

Escuchar la llamada divina, lejos de ser un deber impuesto desde afuera, incluso en nombre de un ideal religioso, es, en cambio, el modo más seguro que tenemos para alimentar el deseo de felicidad que llevamos dentro.

Nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos, cuáles son nuestras cualidades, en qué ámbitos podemos hacerlas fructificar, qué camino podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive.

Por eso, esta Jornada es siempre una hermosa ocasión para recordar con gratitud ante el Señor el compromiso fiel, cotidiano y a menudo escondido de aquellos que han abrazado una llamada que implica toda su vida.

Pienso en las madres y en los padres que no anteponen sus propios intereses y no se dejan llevar por la corriente de un estilo superficial, sino que orientan su existencia, con amor y gratuidad, hacia el cuidado de las relaciones, abriéndose al don de la vida y poniéndose al servicio de los hijos y de su crecimiento.

Pienso en los que llevan adelante su trabajo con entrega y espíritu de colaboración; en los que se comprometen, en diversos ámbitos y de distintas maneras, a construir un mundo más justo, una economía más solidaria, una política más equitativa, una sociedad más humana; en todos los hombres y las mujeres de buena voluntad que se desgastan por el bien común.

Pienso en las personas consagradas, que ofrecen la propia existencia al Señor tanto en el silencio de la oración como en la acción apostólica, a veces en lugares de frontera y exclusión, sin escatimar energías, llevando adelante su carisma con creatividad y poniéndolo a disposición de aquellos que encuentran.

Y pienso en quienes han acogido la llamada al sacerdocio ordenado y se dedican al anuncio del Evangelio, y ofrecen su propia vida, junto al Pan eucarístico, por los hermanos, sembrando esperanza y mostrando a todos la belleza del Reino de Dios.

A los jóvenes, especialmente a cuantos se sienten alejados o que desconfían de la Iglesia, quisiera decirles: déjense fascinar por Jesús, plantéenle sus inquietudes fundamentales. A través de las páginas del Evangelio, déjense inquietar por su presencia que siempre nos pone beneficiosamente en crisis. Él respeta nuestra libertad, más que nadie; no se impone, sino que se propone.

Denle cabida y encontrarán la felicidad en su seguimiento y, si se lo pide, en la entrega total a Él.

Un pueblo en camino

La polifonía de los carismas y de las vocaciones, que la comunidad cristiana reconoce y acompaña, nos ayuda a comprender plenamente nuestra identidad como cristianos.

Como pueblo de Dios que camina por los senderos del mundo, animados por el Espíritu Santo e insertados como piedras vivas en el Cuerpo de Cristo, cada uno de nosotros se descubre como miembro de una gran familia, hijo del Padre y hermano y hermana de sus semejantes. No somos islas encerradas en sí mismas, sino que somos partes del todo.

Por eso, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones lleva impreso el sello de la sinodalidad: muchos son los carismas y estamos llamados a escucharnos mutuamente y a caminar juntos para descubrirlos y para discernir a qué nos llama el Espíritu para el bien de todos.

Además, en el presente momento histórico, el camino común nos conduce hacia el Año Jubilar del 2025.

Caminamos como peregrinos de esperanza hacia el Año Santo para que, redescubriendo la propia vocación y poniendo en relación los diversos dones del Espíritu, seamos en el mundo portadores y testigos del anhelo de Jesús: que formemos una sola familia, unida en el amor de Dios y sólida en el vínculo de la caridad, del compartir y de la fraternidad.

Esta Jornada está dedicada a la oración para invocar del Padre, en particular, el don de vocaciones santas para la edificación de su Reino: «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (Lc 10,2).

Y la oración —lo sabemos— se hace más con la escucha que con palabras dirigidas a Dios. El Señor habla a nuestro corazón y quiere encontrarlo disponible, sincero y generoso. Su Palabra se ha hecho carne en Jesucristo, que nos revela y nos comunica plenamente la voluntad del Padre.

En este año 2024, dedicado precisamente a la oración en preparación al Jubileo, estamos llamados a redescubrir el don inestimable de poder dialogar con el Señor, de corazón a corazón, convirtiéndonos en peregrinos de esperanza, porque «la oración es la primera fuerza de la esperanza.

Mientras tú rezas la esperanza crece y avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza. La esperanza está ahí, pero con mi oración le abro la puerta» (Catequesis, 20 mayo 2020).

Peregrinos de esperanza y constructores de paz

Pero, ¿qué significa ser peregrinos? Quien comienza una peregrinación procura ante todo tener clara la meta, que lleva siempre en el corazón y en la mente.

Pero, al mismo tiempo, para alcanzar ese objetivo es necesario concentrarse en la etapa presente, y para afrontarla se necesita estar ligeros, deshacerse de cargas inútiles, llevar consigo lo esencial y luchar cada día para que el cansancio, el miedo, la incertidumbre y las tinieblas no obstaculicen el camino iniciado.

De este modo, ser peregrinos significa volver a empezar cada día, recomenzar siempre, recuperar el entusiasmo y la fuerza para recorrer las diferentes etapas del itinerario que, a pesar del cansancio y las dificultades, abren siempre ante nosotros horizontes nuevos y panoramas desconocidos.

El sentido de la peregrinación cristiana es precisamente este: nos ponemos en camino para descubrir el amor de Dios y, al mismo tiempo, para conocernos a nosotros mismos, a través de un viaje interior, siempre estimulado por la multiplicidad de las relaciones.

Por lo tanto, somos peregrinos porque hemos sido llamados. Llamados a amar a Dios y a amarnos los unos a los otros. Así, nuestro caminar en esta tierra nunca se resuelve en un cansarse sin sentido o en un vagar sin rumbo; por el contrario, cada día, respondiendo a nuestra llamada, intentamos dar los pasos posibles hacia un mundo nuevo, donde se viva en paz, con justicia y amor.

Somos peregrinos de esperanza porque tendemos hacia un futuro mejor y nos comprometemos en construirlo a lo largo del camino.

Este es, en definitiva, el propósito de toda vocación: llegar a ser hombres y mujeres de esperanza. Como individuos y como comunidad, en la variedad de los carismas y de los ministerios, todos estamos llamados a “darle cuerpo y corazón” a la esperanza del Evangelio en un mundo marcado por desafíos epocales:

el avance amenazador de una tercera guerra mundial a pedazos; las multitudes de migrantes que huyen de sus tierras en busca de un futuro mejor; el aumento constante del número de pobres; el peligro de comprometer de modo irreversible la salud de nuestro planeta.

Y a todo eso se agregan las dificultades que encontramos cotidianamente y que, a veces, amenazan con dejarnos en la resignación o el abatimiento.

En nuestro tiempo es, pues, decisivo que nosotros los cristianos cultivemos una mirada llena de esperanza, para poder trabajar de manera fructífera, respondiendo a la vocación que nos ha sido confiada, al servicio del Reino de Dios, Reino de amor, de justicia y de paz.

Esta esperanza —nos asegura san Pablo— «no quedará defraudada» (Rm 5,5), porque se trata de la promesa que el Señor Jesús nos ha hecho de permanecer siempre con nosotros y de involucrarnos en la obra de redención que Él quiere realizar en el corazón de cada persona y en el “corazón” de la creación.

Dicha esperanza encuentra su centro propulsor en la Resurrección de Cristo, que «entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable.

Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276).

Incluso el apóstol Pablo afirma que «en esperanza» nosotros «estamos salvados» (Rm 8,24). La redención realizada en la Pascua da esperanza, una esperanza cierta, segura, con la que podemos afrontar los desafíos del presente.

Ser peregrinos de esperanza y constructores de paz significa, entonces, fundar la propia existencia en la roca de la resurrección de Cristo, sabiendo que cada compromiso contraído, en la vocación que hemos abrazado y llevamos adelante, no cae en saco roto.

A pesar de los fracasos y los contratiempos, el bien que sembramos crece de manera silenciosa y nada puede separarnos de la meta conclusiva, que es el encuentro con Cristo y la alegría de vivir en fraternidad entre nosotros por toda la eternidad.

Esta llamada final debemos anticiparla cada día, pues la relación de amor con Dios y con los hermanos y hermanas comienza a realizar desde ahora el proyecto de Dios, el sueño de la unidad, de la paz y de la fraternidad.

¡Que nadie se sienta excluido de esta llamada! Cada uno de nosotros, dentro de las propias posibilidades, en el específico estado de vida puede ser, con la ayuda del Espíritu Santo, sembrador de esperanza y de paz.

La valentía de involucrarse

Por todo esto les digo una vez más, como durante la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa: “Rise up! – ¡Levántense!”. Despertémonos del sueño, salgamos de la indiferencia, abramos las rejas de la prisión en la que tantas veces nos encerramos, para que cada uno de nosotros pueda descubrir la propia vocación en la Iglesia y en el mundo y se convierta en peregrino de esperanza y artífice de paz.

Apasionémonos por la vida y comprometámonos en el cuidado amoroso de aquellos que están a nuestro lado y del ambiente donde vivimos. Se lo repito: ¡tengan la valentía de involucrarse!

Don Oreste Benzi, un infatigable apóstol de la caridad, siempre en favor de los últimos y de los indefensos, solía repetir que no hay nadie tan pobre que no tenga nada que darni hay nadie tan rico que no tenga necesidad de algo que recibir.

Levantémonos, por tanto, y pongámonos en camino como peregrinos de esperanza, para que, como hizo María con santa Isabel, también nosotros llevemos anuncios de alegría, generaremos vida nueva, y seamos artesanos de fraternidad y de paz.

Roma, San Juan de Letrán, 21 de abril de 2024, IV Domingo de Pascua.

FRANCISCO

https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/vocations/documents/20240421-messaggio-61-gm-vocazioni.html


Maná y Vivencias Pascuales (21), 20.4.24

abril 20, 2024

Sábado de la 3ª semana de Pascua

Cristo entregó su cuerpo para la vida de todos los hombres.

Antífona de entrada: Colosenses 2,12

Este es el bautismo en que fueron sepultados con Cristo. Y también, en el mismo bautismo, fueron resucitados por haber creído en el poder de Dios, que resucitó a Cristo de entre los muertos.

ORACIÓN COLECTA.- Oh Dios, que has renovado por las aguas del bautismo a los que creen en ti; concede tu ayuda a los que han renacido en Cristo, para que venzan las insidias del mal y permanezcan siempre fieles a los dones que de ti han recibido. Por nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA: Hechos 9, 31-42

En aquellos días, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo.

Pedro, que recorría todos los lugares, visitó también a los santos que vivían en Lida. Allí encontró a un tal Eneas, que estaba paralítico y desde hacía ocho años yacía en una camilla. Pedro le dijo: “Eneas, Jesucristo te sana; levántate y arregla tu cama”.

Inmediatamente se levantó. Todos los habitantes de Lida y Sarón fueron testigos y se convirtieron al Señor.

En Jafa había una discípula llamada Tabita, que significa Gacela. No se podían contar sus limosnas y buenas obras. En esos días se enfermó y murió. Una vez que lavaron su cuerpo, la pusieron en el piso superior de la casa.

Como Lida está cerca de Jafa, los discípulos sabían que Pedro estaba allí y mandaron a dos hombres con este mensaje: “Ven a nosotros cuanto antes”.

Pedro fue en seguida. Apenas llegó, lo hicieron subir al piso superior y le presentaron a las viudas que lloraban y mostraban las túnicas y mantos que Tabita hizo cuando vivía con ellas.

Pedro las hizo salir a todas y de rodillas oró; luego se volvió al cadáver y dijo: “Tabita, levántate”. Ella abrió sus ojos y al ver a Pedro se sentó. Éste le dio la mano y la ayudó a levantarse. Llamó a los santos y a las viudas y se la presentó viva.

Todo Jafa lo supo y muchos creyeron en el Señor.

SALMO 115, 12-13. 14-15. 16-17

¿Qué le daré al Señor por todos los favores que me ha hecho? Elevaré la copa que da la vida e invocaré su nombre. Cumpliré mis promesas al Señor delante de su pueblo reunido. A los ojos de Dios es muy penoso que mueran sus amigos.

Señor, tú me has soltado mis cadenas a mí, tu servidor, que es hijo de tu esclava. Quemaré un sacrificio en tu presencia para darte las gracias, invocando tu nombre, oh mi Señor.

Aclamación antes del Evangelio: Juan 6, 63b. 68b

Las palabras que les he dicho son espíritu y, por eso, dan vida. Tú tienes palabras de vida eterna.

EVANGELIO: Juan 6, 60-69

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: “¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién puede hacerle caso?”.

Jesús captó en su mente que sus propios discípulos criticaban su discurso, y les dijo:

“Les desconcierta lo que les he dicho. ¿Qué va a ser entonces, cuando vean al Hijo del Hombre subir al lugar donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida, la carne no sirve de nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y, por eso, dan vida. Pero hay algunos de ustedes que no creen”.

En efecto, sabía Jesús desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.

Agregó: “¿No les he dicho que nadie puede venir a mí si mi Padre no le ha concedido esta gracia?”. A partir de este momento, muchos de sus discípulos dieron un paso atrás y dejaron de seguirlo.

Jesús preguntó a los Doce: “¿Acaso ustedes también quieren dejarme?”

Pedro contestó: “Señor, ¿a quién iríamos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

Antífona de comunión: Jn 17, 20-21

No ruego solamente por ellos, sino también por todos aquellos que por su palabra creerán en mí. Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Sean también uno en nosotros: así el mundo creerá que tú me has enviado.

Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el evangelio de san Juan

Cristo entregó su cuerpo para la vida de todos

«Por todos muero, dice el Señor, para vivificarlos a todos y redimir con mi carne la carne de todos. En mi muerte morirá la muerte y conmigo resucitará la naturaleza humana de la postración en que había caído.

Con esta finalidad me he hecho semejante a vosotros y he querido nacer de la descendencia de Abrahán para asemejarme en todo a mis hermanos».

San Pablo, al comprender esto, dijo: Los hijos de una misma familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también él; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo.

Si Cristo no se hubiera entregado por nosotros a la muerte, él solo por la redención de todos, nunca hubiera podido ser destituido el que tenía el dominio de la muerte, ni hubiera sido posible destruir la muerte, pues él es el único que está por encima de todos.

Por ello se aplica a Cristo aquello que se dice en un lugar del libro de los salmos, donde Cristo aparece ofreciéndose por nosotros a Dios Padre: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo dije: «Aquí estoy».

Cristo fue, pues, crucificado por todos nosotros, para que habiendo muerto uno por todos, todos tengamos vida en él. Era, en efecto, imposible que la vida muriera o fuera sometida a la corrupción natural. Que Cristo ofreciese su carne por la vida del mundo es algo que deducimos de sus mismas palabras: Padre santo, dijo, guárdalos. Y luego añade: Por ellos me consagro yo.

Cuando dice consagro debe entenderse en el sentido de «me dedico a Dios» y «me ofrezco como hostia inmaculada en olor de suavidad». Pues según la ley se consagraba o llamaba sagrado lo que se ofrecía sobre el altar.

Así Cristo entregó su cuerpo por la vida de todos, y a todos nos devolvió la vida. De qué modo lo realizó, intentaré explicarlo, si puedo.

Una vez que la Palabra vivificante hubo tomado carne, restituyó a la carne su propio bien, es decir, le devolvió la vida y, uniéndose a la carne con una unión inefable, la vivificó, dándole parte en su propia vida divina.

Por ello podemos decir que el cuerpo de Cristo da vida a los que participan de él: si los encuentra sujetos a la muerte, aparta la muerte y aleja toda corrupción, pues posee en sí mismo el germen que aniquila toda podredumbre (Libro 4, cap. 2: PG 73, 563-566).

PINCELADAS DE ESPIRITUALIDAD PASCUAL

Podríamos arriesgarnos a centrar la espiritualidad pascual en esta exclamación de fe: ¡Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo!

La Pascua es la recreación de todas las cosas en Cristo; la restauración total y definitiva de los planes de Dios sobre la humanidad. Podemos decir que en la Pascua Dios ha dado la talla: se ha remangado los brazos para hacer algo nuevo, inaudito y para siempre, definitivo.

En efecto, la Trinidad culmina su obra común de las tres personas divinas: la creación, atribuida sin embargo a Dios Padre; culmina la redención realizada por Cristo, pero con la colaboración del Padre y del Espíritu. Y comienza la obra específica del Espíritu, la santificación o divinización definitiva del hombre en Cristo de acuerdo con los designios inescrutables del Padre; porque a él le pareció bien; es lo que más le gustó.

La Pascua es la manifestación palpable de la Trinidad. El hijo del carpintero ha resultado ser en verdad el Hijo de Dios, igual al Yahvé del Antiguo Testamento. El Espíritu eterno, del que ha sido revestido Cristo, de manera singular y plena en su glorificación, ha sido derramado sobre los discípulos a manos llenas: ellos han sido bautizados, bañados, anegados… hasta ser tenidos por borrachos; es decir, embriagados del poder de Dios, llevados de acá para allá por una energía poderosa y santa, invencible, no caprichosa, loca o arbitraria.

¡Éste es el día en que actuó el Señor! Dios, uno y trino, nos ha mostrado todo su amor poderoso, maravilloso. Nos ha dado el Nuevo Adán, el nuevo Mesías y Salvador. No hay otro.

Los creyentes han recibido sin medida el Espíritu de Cristo, que los capacita para hablar, vivir, sentir y actuar como habló, vivió, sintió y actuó el Señor. Son otros Cristo.

Han llegado los últimos tiempos. La hora del Espíritu, creador y renovador, que hace nuevas todas las cosas. Cristo les aseguró: mayores cosas que yo haréis.

Por eso, Jesús había dicho también respecto al Espíritu: Os conviene que me vaya, pues si no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, el Consolador, paráclito, abogado defensor, intérprete. Cuando me vaya os lo enviaré; o le pediré al Padre que lo envíe en mi nombre. Cuando él venga os lo enseñará todo. Y se quedará siempre con vosotros.

Ahora os digo: todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra; id por todo el mundo, y dad gratuitamente lo que habéis recibido gratuitamente. Son los últimos tiempos. El Reino padece violencia. Sólo los esforzados lo arrebatan.

El Reino no puede esperar más. Buscadlo por encima de todo; y el resto se os dará por añadidura. No tengáis miedo, pues yo he vencido al mundo. Todo me lo ha entregado el Padre.

El Apóstol nos lo recordará: todo es vuestro; vosotros, de Cristo; y Cristo, de Dios. Id, os doy este mandato. No llevéis túnica de repuesto, no os detengáis… El mundo no puede esperar.

Es tiempo de sembrar a discreción. Ha llegado la hora de Dios. El Banquete está preparado. No se puede desairar a Dios; es lo que ha preparado desde toda la eternidad, ha volcado todo lo suyo, lo ha empeñado todo.

La primitiva Iglesia vive estas realidades última con sorpresa, con fe, con alegría, con creatividad y total abandono en manos de Dios Padre, que todo lo dispone para nuestro bien; viven confiados en el poder de Dios y sintiéndose discípulos de Cristo y testigos de su resurrección, de que está vivo y es Señor; se sienten arrebatados e impulsados por el Espíritu para realizar las obras de Dios en Cristo Jesús.

Los apóstoles y los primeros cristianos dan testimonio de Jesús públicamente y con mucha seguridad, convicción y valentía: con “parresía”. Todos quedaban admirados, impresionados y atraídos hacia la comunidad cristiana… Dios iba agregando al nuevo Israel a todos los que creían y se bautizaban en el nombre del Señor Jesús.

Tres, podríamos decir, son los protagonistas de la fundación de la Iglesia y de su crecimiento y desarrollo imparable: Los planes de Dios, la comunidad eclesial y los personajes concretos y animadores de la comunidad.

El encarcelamiento de Pedro y Juan y la persecución contra la Iglesia son ocasión para que ésta se ponga en manos de Dios, relea las Escrituras, las interprete en función de las nuevas circunstancias, y experimente el poder de Dios que le envía su Espíritu: retembló la casa, y todos fueron llenos del Espíritu. Estaban alegres y daban gloria a Dios; y el pueblo estaba de su parte.

La persecución contra Esteban provoca la diáspora de los discípulos; éstos se ven obligados a salir de Jerusalén; pero no pueden dejar de anunciar el Evangelio de Cristo a cuantos encuentran en el camino. Muchos se convierten.

Van surgiendo personas con nombre y rostro definidos, como el diácono Felipe, como Bernabé, hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe.

El Espíritu está vivo y suelto, libre: los discípulos sienten su acción, perciben claramente que les habla, siguen sus avisos y pasan de una aventura de fe a otra y a otra… La Palabra no está encadenada.

Pedro sale de Jerusalén, visita las comunidades, hace milagros porque vive en sintonía con el celo de Cristo manifestado ahora por el Espíritu. Oro y plata no tengo, pero te doy lo que tengo, la fe en Cristo: en su nombre levántate y anda; se levantó y glorificaba a Dios.

La presencia del Espíritu es tan real y perceptible para la primera comunidad como lo era la humanidad de Cristo cuando caminaba por Palestina.

Casi podríamos decir que el Espíritu tiene más influencia, más fuerza persuasiva que el mismo Jesús en carne mortal. El Espíritu es el testigo interior. Él se junta a nuestro espíritu hasta confundirse o identificarse con él.

Dirá san Pablo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, es el Espíritu de Cristo quien vive en mí, quien me inspira, me mueve, me consuela, me dirige, me confirma en todo lo que siento y hago, me plenifica, me hace feliz en Dios. Qué bueno es el Señor. Cómo no alabarlo… Es digno de toda bendición.

El Espíritu transforma a los discípulos según el modelo del Maestro. Así, Bernabé, persona acogedora, fiel a Dios, descubre la acción de Dios en la comunidad, incluso en los paganos, y se alegra por ello, acoge a los nuevos convertidos, los acompaña, los impulsa a que se sometan a la acción del Espíritu…

Es lo que hace con Pablo: lo acoge, valora la gracia de Dios en él, lo busca, lo inicia en el seguimiento del Señor, le socorre en la integración en la comunidad y en la proclamación del Evangelio.

Admiramos los planes de Dios sobre la comunidad y sobre cuantos creen en Cristo, pues él no hace acepción de personas. Quiere que todos tengan vida, pues son sus hijos. Y lo dispone todo sobre algunas personas “elegidas” por él para ser sus testigos, como Pablo. Nada es casual. Nada es desperdiciable.

De esta manera, según los Hechos de los Apóstoles, Dios va cumpliendo sus designios de salvación acompañando a los apóstoles, a la primitiva comunidad, a judíos y gentiles para que experimenten el poder de Dios.

Han llegado los últimos tiempos. Es la hora del Espíritu que hace nuevas todas las cosas; ahora todos serán enseñados por el Señor; ellos serán su pueblo, y el Señor será su Dios; y lo verán todas las naciones.

Está brotando el desierto, lo imposible se hace posible. Dichosos los que oyen. Dios está actuando con todo su poder, porque Dios es Dios. Está abriendo nuestra mente para que todos entendamos, por fin.

Nos asegura: Yo no soy como los humanos. Yo lo digo y pongo por obra. Está brotando, se siente… ¿Es que no lo notáis?

Ah, Señor, ten paciencia conmigo. Habla, Señor, que tu siervo escucha. No pases de largo. Quédate con nosotros, pues atardece. Alabado seas, Señor, en tus santos designios. Amén.


Maná y Vivencias Pascuales (20), 19.4.24

abril 19, 2024

Viernes de la 3ª semana de Pascua

¡A ti la gloria porque asumiste un cuerpo y con la cruz llevaste a las almas al cielo, a la casa del Padre!
¡A ti la gloria porque asumiste un cuerpo y con la cruz llevaste a las almas al cielo, a la casa del Padre!


Entrada: Ap 5, 12.-

Se contaban por millones y millones, que gritaban a toda voz: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, la honra, la gloria y la alabanza.

ORACIÓN COLECTA

Te pedimos, Señor, que, ya que nos has dado la gracia de conocer la resurrección de tu Hijo, nos concedas también que el Espíritu Santo, con su amor, nos haga resucitar a una vida nueva. Por nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA: Hch 9, 1-20.

En aquellos días, Saulo seguía echando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor. Se presentó al jefe de los sacerdotes y le pidió documentos dirigidos a las sinagogas de Damasco, que lo autorizaran para llevar presos a Jerusalén a cuantos encontrara, hombres o mujeres, que estuvieran siguiendo el nuevo camino.

En el viaje hacia Damasco, cuando ya estaba cerca, lo rodeó de repente una luz que venía del cielo. Cayó al suelo y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”.

Él preguntó: “¿Quién eres, Señor?”. Respondió la voz: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues; levántate y entra en la ciudad, allí se te dirá lo que debes hacer”.

Los hombres que lo acompañaban se habían detenido, atónitos, pues oyeron la voz, pero no vieron a nadie. Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Estaba ciego y permaneció tres días sin comer ni beber nada.

Vivía en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor llamó en una visión: “¡Ananías!”. Él respondió: “Aquí estoy, Señor”. Y el Señor le dijo: Anda a la calle llamada Recta y pregunta en la casa de Judas por un hombre llamado Saulo de Tarso, que está orando.

Y vio en visión un varón llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para que viera. Entonces Ananías le respondió: “Señor, he oído a muchos hablar de los males que este hombre ha causado a tus santos en Jerusalén, y que ahora tiene poder de los jefes de los sacerdotes para tomar presos a todos los que invocan tu nombre”.

El Señor le contestó: “Anda, pues este hombre me será un instrumento muy valioso y dará a conocer mi nombre, tanto a los paganos y a sus reyes, como al pueblo de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que sufrir por mi nombre”.

Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: “Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado a ti para devolverte la vista y para que quedes lleno del Espíritu Santo”.

Al instante cayeron de sus ojos como escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. Comió y recobró las fuerzas. Saulo permaneció algunos días con los discípulos de Damasco, y muy pronto se puso a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.

SALMO 116, 1-2.- Id a todo el mundo a predicar el Evangelio (o Aleluya).

¡Aleluya! Alaben al Señor, todos los pueblos, y festéjenlo todos los países.

Porque grande es su amor hacia nosotros, su lealtad perdura para siempre.

Aclamación: Jn 6, 56.- El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

EVANGELIO: Jn 6, 52- 59.

En aquel tiempo, disputaban los judíos entre ellos. Unos decían: ¿Cómo este hombre va a darnos a comer su carne?.

Jesús les contestó: En verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del Hombre, y no beben su sangre, no tienen vida de verdad. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Mi carne es comida verdadera y mi sangre es bebida verdadera. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que vive me envió, y yo vivo por él, así, quien me come a mí tendrá de mí la vida.

Este es el pan que bajó del cielo, no como el que comieron sus antepasados, los cuales murieron. El que coma este pan vivirá para siempre. Así habló Jesús en la Casa de oración, en Cafarnaún.

De los sermones de san Efrén, diácono

La cruz de Cristo, salvación del género humano

Nuestro Señor fue conculcado por la muerte, pero él, a su vez, conculcó la muerte, pasando por ella como si fuera un camino. Se sometió a la muerte y la soportó deliberadamente para acabar con la obstinada muerte.

En efecto, nuestro Señor salió cargado con su cruz, como deseaba la muerte; pero desde la cruz gritó, llamando a los muertos a la resurrección, en contra de lo que la muerte deseaba.

La muerte lo mató gracias al cuerpo que tenía; pero él, con las mismas armas, triunfó sobre la muerte. La divinidad se ocultó bajo los velos de la humanidad; sólo así pudo acercarse a la muerte, y la muerte le mató, pero él, a su vez, acabó con la muerte.

La muerte, en efecto, destruyó la vida natural, pero luego fue destruida, a su vez, por la vida sobrenatural.

La muerte, en efecto, no hubiera podido devorarlo si él no hubiera tenido un cuerpo, ni el infierno hubiera podido tragarlo si él no hubiera estado revestido de carne; por ello quiso el Señor descender al seno de una virgen para poder ser arrebatado en su ser carnal hasta el reino de la muerte.

Así, una vez que hubo asumido el cuerpo, penetró en el reino de la muerte, destruyó sus riquezas y desbarató sus tesoros.

Porque la muerte llegó hasta Eva, la madre de todos los vivientes. Eva era la viña, pero la muerte abrió una brecha en su cerco, valiéndose de las mismas manos de Eva; y Eva gustó el fruto de la muerte, por lo cual la que era madre de todos los vivientes se convirtió en fuente de muerte para todos ellos.

Pero luego apareció María, la nueva vid que reemplaza a la antigua; en ella habitó Cristo, la nueva Vida. La muerte, según su costumbre, fue en busca de su alimento y no advirtió que, en el fruto mortal, estaba escondida la Vida, destructora de la muerte; por ello mordió sin temor el fruto, pero entonces liberó a la vida, y a muchos juntamente con ella.

El admirable hijo del carpintero llevó su cruz a las moradas de la muerte, que todo lo devoraban, y condujo así a todo el género humano a la mansión de la vida. Y la humanidad entera, que a causa de un árbol había sido precipitada en el abismo inferior, por otro árbol, el de la cruz, alcanzó la mansión de la vida.

En el árbol, pues, en que había sido injertado un esqueje de muerte amarga, se injertó luego otro de vida feliz, para que confesemos que Cristo es Señor de toda la creación.

¡A ti la gloria, a ti que con tu cruz elevaste como un puente sobre la misma muerte, para que las almas pudieran pasar por él desde la región de la muerte a la región de la vida! ¡A ti la gloria, a ti que asumiste un cuerpo mortal e hiciste de él fuente de vida para todos los mortales!

Tú vives para siempre; los que te dieron muerte se comportaron como los agricultores: enterraron la vida en el sepulcro, como el grano de trigo se entierra en el surco, para que luego brotara y resucitara llevando consigo a otros muchos.

Venid, hagamos de nuestro amor una ofrenda grande y universal; elevemos cánticos y oraciones en honor de aquel que, en la cruz, se ofreció a Dios como holocausto para enriquecernos a todos (Sermón sobre nuestro Señor, 3-4.9: Opera, ed. Lamy, 1, 152-158. 166-168).

A LA LUZ DE LA PALABRA QUE DIOS ME REGALA HOY

POR LA MAÑANA.- Puedes preguntarte:

1) ¿Cuál podría ser el plan de Dios sobre mi vida en este nuevo día, que no es uno más, sino único para Dios porque su amor es siempre nuevo?

2) ¿Qué podría mejorar en mi relación con Dios durante el día de hoy? ¿Qué me está pidiendo su Palabra en este día?

3) ¿A quién podría estar lastimando en este día, a quién le podría estar haciendo sufrir? ¿A quién puedo, de hecho, estar defraudando, apenando, comenzando por la propia familia, y por la comunidad parroquial?

4) ¿A quién podría ayudar en este día? ¿Cómo voy a transmitir el amor de Dios en este día, con qué personas me voy a ver? ¿Quién puede estar esperando algo de mí? Si Jesús estuviera en mi lugar, ¿qué puedo suponer que diría o haría?

5) ¿Cómo me debe cambiar hoy la Resurrección del Señor, y su actualización sacramental realizada en la Eucaristía, sea diaria o dominical? ¿Qué fruto espiritual derivado de la misa dominical podría cultivar hoy: sinceridad, petición de perdón, afabilidad, alegría, alabanza y bendición?

POR LA NOCHE.- Puedes preguntarte:

1) ¿Cómo he respondido al plan de Dios sobre este día ya pasado? ¿En qué he cumplido y en qué he fallado?

2) ¿Cómo le ofrezco a Dios lo bueno, y le pido perdón de lo deficiente?

3) ¿Cómo le agradezco a Dios su paciencia conmigo, y cómo renuevo mi confianza en Dios que siempre me espera y me da nuevas oportunidades? Le doy gracias por lo bueno, y le ofrezco lo malo para que Jesús supla mis deficiencias: él dio gloria perfecta a Dios Padre por mí y en mi lugar. Me alegro en Jesús, mi hermano mayor, mi Redentor.

4) ¿Cómo rezar debidamente la oración del anciano Simeón, antes de acostarse: “Ahora, Señor, según tu palabra puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador…”

Que siempre alcancemos esa paz antes de descansar para poder decir con el salmista: En paz me acuesto y en seguida me duermo porque tú estás conmigo, tú solo me haces vivir tranquilo.

Papa Francisco pide a los rígidos de la Ley imitar a Saulo y dejarse guiar por Jesús

Comentario homilético del Papa Francisco en la misa de esta mañana en Santa Marta

VATICANO, 05 May. 17 / 05:03 am (ACI).- En la homilía de la Misa celebrada el viernes en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, el Papa Francisco animó a los “rígidos” que están en la Iglesia, pero que son honestos, a imitar el ejemplo de Saulo-San Pablo y dejarse llevar hacia la moderación de la mano del Señor.

Como en días anteriores, el Santo Padre articuló su homilía a partir de la lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles. En concreto, se ha fijado en la figura de San Pablo, quien se convirtió en apóstol del Evangelio después de haber sido perseguidor de los primeros cristianos.

Francisco observó que “la primera vez que aparece el nombre de Saulo es en la lapidación de Esteban”. “Saulo –recordó– era joven, rígido e idealista”. Estaba “prisionero” de la rigidez de la Ley. Pese a ello, Saulo “era honesto”, destacó el Pontífice.

En este sentido, contrapuso la rigidez a la honestidad. Advirtió contra aquellos que son “rígidos de la doble vida. Se presentan bellos y honestos, pero cuando nadie les ve, hacen cosas deshonestas”.

“Sin embargo, este joven –Saulo– era honesto. Cuando digo esto, pienso en muchos chicos que caen en la tentación de la rigidez, hoy en la Iglesia. Algunos son honestos, son buenos. Debemos rezar para que el Señor los ayude a crecer en el camino de la moderación”.

Otros, “usan la rigidez para cubrir las debilidades, los pecados, los problemas de personalidad”. Saulo creció en esa rigidez, explicó en su homilía el Obispo de Roma, y no podía tolerar aquello que para él era una herejía. Por eso comenzó a perseguir a los cristianos.

Entonces, Saulo se dirige a Damasco para hacer prisioneros a los cristianos que se encontraban allí y conducirlos a Jerusalén. Pero ocurrió algo inesperado: en el camino se encontró “con otro hombre que habla con un lenguaje de ternura: ‘Saulo, Saulo. ¿Por qué me persigues?’”.

Saulo, que a partir de su conversión empieza a utilizar su otro nombre, Pablo, es el ejemplo de que “el joven rígido que se convierte en un hombre rígido, pero honesto, si se vuelve a hacer niño y se deja conducir adonde el Señor lo ha llamado, recibirá la fuerza de la ternura del Señor”.

A partir de ese momento, Pablo comienza a anunciar al Señor hasta el martirio. “Así, este hombre, a partir de su propia experiencia, comienza a predicar a los demás de un lugar a otro”. Pablo, por su conversión, “es perseguido, padece muchos problemas, incluso en la Iglesia, y sufrió por el hecho de que los mismos cristianos se pelearan entre sí”.

“Pero él, que había perseguido al Señor con el celo de la Ley, dirá a los cristianos: ‘Con lo mismo con lo que os habéis alejado del Señor, con lo que habéis pecado, la mente, el cuerpo, todo, con esos mismos miembros, también podéis ser perfectos y dar gloria a Dios’”.

Francisco exhortó a la Iglesia a imitar a Pablo, pues él es el mejor ejemplo de cómo un cristiano debe imitar a Jesús. El camino de Saulo es “el camino del cristiano: andar adelante siguiendo las trazas que Jesús ha dejado, las trazas del sufrimiento, la traza de la Cruz, la traza de la resurrección”.

El Papa finalizó la homilía “pidiendo a Saulo, hoy, de forma especial por los rígidos que están en la Iglesia; por los rígidos honestos como él, que tienen celo pero están equivocados. Y por los rígidos hipócritas, que tienen una doble vida, aquellos de los que Jesús decía: ‘Haced lo que dicen, pero no lo que hacen’. Recemos hoy por los rígidos”.

Lectura comentada por el Papa Francisco:

Hechos 9:1-20

1 Entretanto Saulo, respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote,

2 y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén.

3 Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo,

4 cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?»

5 El respondió: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues.

6 Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer.»

7 Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie.

8 Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le hicieron entrar en Damasco.

9 Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber.

10 Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: «Ananías.» El respondió: «Aquí estoy, Señor.»

11 Y el Señor: «Levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas por uno de Tarso llamado Saulo; mira, está en oración

12 y ha visto que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista.»

13 Respondió Ananías: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén

14 y que está aquí con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre.»

15 El Señor le contestó: «Vete, pues éste me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel.

16 Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre.»

17 Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo.»

18 Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado.

19 Tomó alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco,

20 y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios.


Maná y Vivencias Pascuales (19), 18.4.24

abril 18, 2024

Jueves de la 3ª Semana de Pascua

Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae. Quien crea en el que el Padre ha sellado tendrá vida eterna
Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae. Quien crea en el que el Padre ha sellado tendrá vida eterna.

TEXTO INSPIRADOR

Jesús dijo a los judíos: Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios.

Así, todo hombre que escucha al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. En verdad les digo: El que cree tiene vida eterna.

Apreciado hermano, estimada hermana, procura hacer tuya la siguiente oración durante esta jornada. Ella puede no sólo canalizar tus sentimientos religiosos, sino incluso provocarlos o hacerlos nacer y alimentarlos.

Tu vivencia pascual implica todo un proceso ascendente hasta que toda tu persona sea transformada, hasta que Cristo lo sea todo para ti gracias a la acción del Espíritu que se manifestará abiertamente en Pentecostés.

San Pablo te señaló la meta: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. Amén.

ORACIÓN COLECTA.- Dios todopoderosos y eterno, que en estos días de Pascua nos has revelado más claramente tu amor y nos has permitido conocerlo con más profundidad; concede a quienes has librado de las tinieblas del error adherirse con firmeza a las enseñanzas de tu verdad. Por nuestro Señor.

Antífona de entrada: Exodo 15, 1-2

Cantaré a Yahvé que se hizo famoso, arrojando en el mar al caballo y su jinete.
¡Yahvé, mi fortaleza! A él le cantaré; él fue mi salvación; él es mi Dios, yo lo alabaré, el Dios de mis padres, lo ensalzaré.

PRIMERA LECTURA: Hechos 8, 26-40

En aquellos días, el ángel del Señor habló a Felipe diciendo:

Anda hacia el sur por el camino que baja de Jerusalén a Gaza, y que cruza el desierto. Se puso en camino y se encontró con un etíope, funcionario del palacio de Candace, reina de Etiopía, administrador de todos sus bienes.

Había venido a Jerusalén a rendir culto a Dios, y regresaba sentado en su coche, leyendo al profeta Isaías.

El Espíritu dijo a Felipe: Adelántate y únete a ese coche. Felipe corrió hasta él, lo oyó leer al profeta Isaías y le preguntó: “¿Entiendes lo que lees?”. El etíope contestó: “Si nadie me explica, ¿cómo voy a entender?”. E invitó a Felipe a subir y a sentarse junto a él.

El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: “Como una oveja fue llevado al matadero; como un cordero mudo ante el que lo trasquila, así él no abrió su boca. Lo humillaron y le negaron todo derecho; ¿quién podrá hablar de su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra”.

El etíope preguntó a Felipe: “Dime, por favor, ¿a quién se refiere el profeta al decir esto? ¿A sí mismo o bien a otro?”. Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle a Jesús.

Siguiendo el camino llegaron a un lugar donde había agua. El etíope dijo: “Aquí hay agua, ¿qué dificultad hay en que me bautice?”. Y dijo Felipe: “Si crees con todo tu corazón, se puede”.

Entonces el otro hizo parar su coche y bajaron ambos al agua. Felipe bautizó al funcionario. Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; el otro no lo vio más y siguió entonces su camino muy alegre.

Felipe se encontró en Azoto y se fue a evangelizar todas las ciudades hasta llegar a Cesarea.

COMENTARIO

Este relato nos recuerda el pasaje de los discípulos de Emaús. Ambos resumen la catequesis presacramental. Felipe acaba bautizando, Jesús acaba mostrándose en la eucaristía.

En ambos casos se parte de la inquietud de los personajes que buscan, que tienen algún conocimiento del antiguo testamento. Después, con la ayuda del evangelizador, llegan a conocer a Cristo, a creer en él, y consiguientemente reciben los sacramentos.

Así se incorporan a la Iglesia y viven con alegría la novedad cristiana.

Estos hechos de las primitivas comunidades cristianas nos estimulan a renovar nuestro deseo de estar en comunión con los hombres de nuestro tiempo para descubrir en ellos sus inquietudes y búsquedas de autenticidad y libertad.

Es la mejor manera de preparar la proclamación del kerigma. Un kerigma que tiene un contenido fundamental, siempre válido, pero que debe ser expuesto y proclamado a los hombres de hoy, que son distintos a los que se integraron a la primitiva comunidad.

Nos corresponde descubrir las necesidades del hombre para que el kerigma pueda ser acogido como mensaje de salvación.

En Pascua todos debemos ejercitarnos en anunciar a Cristo con más aplomo e imaginación, y proclamar su salvación con hechos y con palabras a favor de todos los hermanos que viven a nuestro alrededor. Sin excepción.

Con ellos debemos sintonizar. Por ellos debemos orar a Dios hasta que nos envíe el Espíritu, el “sello de Dios”, que nos guiará hacia los caminos por donde ellos transitan.

La caridad pastoral nos impulsará a subir a sus carrozas para anunciarles a Cristo y celebrar la salvación. Que así sea.

SALMO 65, 8-9. 16-17. 20

Tu salvación, Señor, es para todos. Aleluya.

Bendigan, naciones, a nuestro Dios, que se escuchen sus voces que lo alaban, pues él es quien da a nuestra alma la vida e impide que tropiecen nuestros pies.

Vengan a oírme, fieles del Señor, y lo que hizo por mí les contaré. Mi boca le gritaba, mi lengua lo alababa.

¡Bendito sea Dios, que no puso mis súplicas aparte ni me negó su amor!

Aclamación: Juan 6, 51

Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y la daré para la vida del mundo.

EVANGELIO: Juan 6, 44-51

En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios.

Así, todo hombre que escucha al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Es que nadie ha visto al Padre fuera del que ha venido de Dios: éste ha visto al Padre. En verdad les digo: El que cree tiene vida eterna.

Yo soy el pan de vida. Vuestros antepasados, que comieron el maná en el desierto, murieron. Aquí tienen el pan que bajó del cielo para que lo coman y ya no mueran. Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y la daré para la vida del mundo”.

Antífona de comunión: 2 Corintios 5, 15

El murió por todos, a fin de que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para él, que por ellos murió y resucitó.

LA DIGNIDAD DEL HOMBRE RADICA EN LA CAPACIDAD

PARA ENTRAR EN COMUNIÓN CON DIOS TRINIDAD, UNO Y TRINO A LA VEZ

En el capítulo sexto de Juan que se proclama estos días en la misa, Jesús nos habla constantemente del Padre que lo ha enviado para darnos a conocer los designios de salvación. De una y otra manera, Jesús pretende suscitar en nosotros la fe. Apela a los milagros que hace y que lo acreditan como el enviado por el Padre.

Jesús es el único que ha bajado del cielo y que lo conoce. De lo que ha visto, da testimonio. La fe, por tanto, es el primer paso del hombre para entrar en comunión con Dios, a través de Jesús, Mesías e Hijo de Dios.

Hoy día, la renovación que nos pide la Iglesia en la nueva evangelización no es de retoques, sino de fundamento. Se nos pide volver a las fuentes, para reapropiarnos de nuestros orígenes, de la vida de Dios que se nos dio en el Bautismo. Fuimos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Por tanto la santísima Trinidad habita en nosotros, fuimos introducidos en la vida de la Trinidad: somos hijos de Dios Padre, hijos y coherederos con Cristo, hermanos suyos, y templos del Espíritu.

En esta vocación radica nuestra dignidad como hombres: somos llamados a entrar en comunión con Dios, uno y trino. Fuimos amados por nosotros mismos, no en función de nada ni de nadie.

Por eso somos personas y tenemos derechos. “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios” (GS 19; Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 355-59).

“Toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4). “Tengan los fieles acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu” (Ef 2, 18).

El hombre no nace acabado, no se vale por sí mismo. Necesita que alguien lo afirme, lo valore y lo empuje hacia su meta. De lo contrario, crece sin ilusión, inadaptado socialmente, con baja autoestima.

El hombre es afirmado de manera fundamental y suficiente por Dios mismo, que lo ama por sí mismo, y lo constituye en persona, sujeto de derechos.

Después de Dios, los padres humanos son sacramento del amor divino, constituyéndose en el canal más directo y valioso por el que llega a nosotros el infinito amor de Dios, uno y trino.

Los padres carnales nos proporcionan la experiencia fundamental y fundante de ser amados y estar llamados a amar.

Por ellos recibimos lo mejor o lo peor. Si hemos costado mucho a nuestros padres, valemos mucho. Hasta cierto punto, somos en la vida lo que hemos recibido, sobre todo de nuestros padres. Las otras realidades son adherencias más o menos importantes, pero lo decisivo son los padres, y son insustituibles.

Los padres empujan a los hijos a ser, a desarrollarse, a triunfar en la vida, a superarse. Ellos también pronuncian nuestro nombre, como nuestro Padre Dios. Valga la aplicación del pensamiento agustiniano a esta realidad: Amor meus, pondus meum. «El amor es mi peso, mi valía, mi precio»; es decir, el amor que recibo, y también el que doy a discreción.

Somos o valemos por el amor que hemos recibido, pero también por el amor que damos. Por eso, habrá que preguntarse, primero por aquellos que nos han afirmado, y segundo, por aquellos a quienes yo estoy afirmando actualmente.

El ser y sentirse amados produce en nosotros seguridad, serenidad, autoaprecio, optimismo, salud psíquica y física, creatividad; y en general, crea el ambiente propicio para el pleno desarrollo de la personalidad y la condición para desarrollar todas nuestras potencialidades. El temor, el rigidismo encoge, congela, paraliza nuestras posibilidades.

En el tiempo pascual se nos propone vivir la fe más a flor de piel: Fiarse más de Dios, y abandonarse a la acción del Espíritu para hacer efectiva la victoria de Cristo sobre todo mal, comenzando por nosotros mismos.

De ahí que sea conveniente ejercitarse también en cuanto favorece la capacidad de comunicación en las relaciones interpersonales: amar a Dios y a los hombres, y dejarse amar de Dios y de los hombres.

Pues al fin y al cabo, las mismas leyes rigen el encuentro entre los hombres y el encuentro del hombre con Dios.

Por eso, estimado amigo, te propongo algunos ejercicios o dinámicas de crecimiento afectivo y sanación interior.

Recuerda, por ejemplo, las experiencias valiosas de tu vida donde te hayas sentido más afirmado y amado por Dios. Revívelas nuevamente, y agradécelas. Trata de sentir y experimentar el amor fundante de Dios, de Dios Padre sobre todo.

Puedes recordar también los momentos y experiencias en que has sido afirmado con mayor fuerza por parte de tus padres, hermanos, maestros, profesores, amigos.

Revívelo todo con fuerza, con emoción, siéntelo de nuevo, retroaliméntate afectivamente, pues la trama viscosa de la vida y el pecado, poco a poco y de manera imperceptible, nos van desarraigando del humus vital del amor y de la ternura. Y agradécelo, a Dios y a los hermanos.

Podrías también preguntarte: ¿A quién estoy yo afirmando actualmente?

Porque tengo que dar vida, tengo que desarrollar mis talentos, alcanzando nuevas metas y experimentando la plena satisfacción. Hay más alegría en dar que en recibir. Dar desde Dios y con Dios, dar por Dios y en Dios: imitando a Dios, incluso siendo Dios mismo, por su iniciativa y gracia preveniente.

Algunas personas tienen especiales dificultades para sentirse amadas, son recelosas y con facilidad rehúyen las relaciones humanas más profundas o comprometedoras, sienten temor, indignidad, inseguridad, no se fían. Puede haber al fondo de todo esto una experiencia dolorosa, un desengaño, que afectará por igual a la relación con los demás y con Dios: dificultad para sentirse amado, valorado.

¿Cómo facilitar la percepción de sentirse amados? ¿Se puede aprender, se puede disponer uno interiormente para experimentar el amor y la benevolencia de los demás y de Dios?

Algo se puede hacer. En primer lugar, colaborar y dejarse llevar para involucrarse en el mundo de los demás. No puede ser que todos los demás estén equivocados, y solamente uno mismo esté en lo cierto. Debería uno desconfiar de las propias seguridades.

En segundo lugar, la persona trataría de ver buena voluntad e intención en los demás; intentaría mirarlos con cierta benevolencia e indulgencia, y dejarse amar por ellos. Para ellos debe de ser importante lograr encontrarse conmigo. Además no creo que sea con mala intención.

Entonces, yo trato de permitírselo, quiero dejarme llevar, quiero que ellos se sientan bien. No me resisto a ser amado por ellos; pongo algo de mi parte. Porque si uno no quiere ser amado, nunca se sentirá amado.

Un paso más en esta apertura a la confianza en Dios y en los hermanos consistirá en reconocer que probablemente yo he sufrido experiencias negativas que otros quizás no han padecido.

Es probable que el que está enfermo sea yo, que yo tenga lentes oscuros y por eso es que veo distorsionada la realidad que otros disfrutan con alegría y espontaneidad.

Otro medio: tener paciencia con uno mismo, y no querer solucionarlo todo de repente. Dejar pasar el tiempo. Una actitud buena será contentarse con poco, no ser muy exigente con los demás, saber valorar, saber agradecer, no dar cabida a sentimientos turbios y a sospechas.

Estos ejercicios y consideraciones pueden ayudar a reforzar las verdaderas relaciones interpersonales aumentando la seguridad en sí mismo y la confianza en los demás.

Si esos recursos los aplicamos a la experiencia religiosa nos permitirían descubrir el infinito amor del Padre que desea que todos se salven y que nos atrae a Cristo.

Admiraríamos la fidelidad de Jesús a esa voluntad salvífica del Padre y su solidaridad con nosotros para llevarnos al Padre y manifestarnos todo su amor: Con vosotros no tengo secretos, y así mi alegría es completa, nos dice Jesús.

Además, experimentaríamos la acción suave, y fuerte a la vez, del Espíritu que ilumina nuestra mente y mueve nuestros sentimientos para descubrir el amor del Padre y del Hijo hacia nosotros y hacernos partícipes de la vida divina en el seno de la Trinidad.


Maná y Vivencias Pascuales (18), 17.4.24

abril 17, 2024

Miércoles de la 3ª semana de Pascua

Todo lo que me da el Padre vendrá a mí y al que venga a mí no lo echaré fuera, dice el Señor
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí y al que venga a mí no lo echaré fuera, dice el Señor

TEXTO ILUMINADOR.- “La voluntad de mi Padre es que todo hombre que ve al Hijo y cree en él tenga la vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día”.

El don de la fe Dios lo ofrece a todo hombre de buena voluntad. Pero todos y cada uno debemos disponernos para acogerlo, cada día.

Pide al Señor que te conceda “ir” a Jesús, “venir” a él, “creer” en él. Confiesa a Jesús como a tu Señor y Salvador: ¿Adónde iríamos, Señor, fuera de ti? Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Amén.

La oración colecta expresa la espiritualidad de la jornada en forma de petición y agradecimiento. Reza varias veces al día, si puedes, la siguiente oración, agradeciendo y pidiendo la fe, como el don primordial.

Antífona de entrada: Salmo 70, 8.23

Mi boca está llena de tu alabanza y canta tu gloria el día entero. Y te celebrarán mis labios, mi alma que redimiste.

ORACIÓN COLECTA.- Ven, Señor, en ayuda de tu familia, y a cuantos hemos recibido el don de la fe concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo resucitado. Él, que vive y reina contigo.

PRIMERA LECTURA: Hechos 8, 1b-8

Aquel día se desencadenó una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron por él gran duelo.

Mientras tanto, Saulo hacía destrozos en la Iglesia, entraba en las casas, llevaba a la fuerza hombres y mujeres y los metía en la cárcel.

Al mismo tiempo, los que se habían dispersado iban de un lugar a otro anunciando la Palabra. Felipe por su cuenta fue a una ciudad de Samaria, donde empezó a predicar a Cristo.

Toda la gente se interesó por la predicación de Felipe. Iban a oírlo y a ver los prodigios que realizaba: pues de muchos endemoniados salían los espíritus malos dando gritos, y numerosos paralíticos y cojos quedaron sanos, de tal modo que hubo una gran alegría en aquella ciudad.

Comentario.-Esta tercera y violenta persecución desatada contra la Iglesia podría parecernos el principio del fin. Sin embargo, contribuyó al crecimiento de la Iglesia. Según los planes de Dios fue ocasión para que muchos escucharan la Palabra y creyeran en Cristo.

La historia de la Iglesia nos enseña que Dios escribe recto con líneas torcidas. Todo contribuye para bien.

Debemos aprender a tener suma confianza en toda circunstancia, por adversa que se presente. El Evangelio nos exhorta: Buscad primero el Reino de Dios y todo lo demás se os dará por añadidura.

En Pascua se hace más palpable la victoria de Cristo. No tengáis miedo, nos dice, yo he vencido al mundo. Y también: yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Lo que importa, pues, es que Cristo sea anunciado.

SALMO 65, 1-3a.4-5.6-7a

Aclamen al Señor en todo el mundo, canten salmos a su glorioso nombre, ríndanle honores con sus alabanzas. Digan: “Qué formidable eres, oh Dios”. Todos los habitantes de la tierra se inclinan ante ti, y te cantan, y cantan a tu nombre.

Vengan a ver las obras del Señor, que a los hombres espanta con lo que hace: Dejó seco el fondo del mar rojo, por el río pasaron caminando; por lo tanto, alegrémonos en él. Con su poder domina para siempre.

Aclamación antes del Evangelio: Juan 6, 40

La voluntad de mi Padre es que todo hombre que ve al Hijo y cree en él tenga la vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día”.

EVANGELIO: Juan 6, 35-40

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: Yo soy el Pan de Vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre, el que cree en mí nunca tendrá sed. Sin embargo, como ya lo he dicho, ustedes se niegan a creer, aun después de haber visto.

Todo lo que el Padre me ha dado vendrá a mí, y yo no rechazaré al que venga a mí, porque yo he bajado del cielo, no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.

Y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre es que todo hombre que ve al Hijo y cree en él tenga la vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día.

Comentario.-En la primera parte del discurso de Cafarnaún, Jesús afirma que él es el Pan de vida para todos los hombres. De esta forma pide la fe de los discípulos en él, como Mesías e Hijo de Dios, enviado por el Padre. Inmediatamente después nos hablará del Pan eucarístico que él nos dará.

Primero, es preciso creer en Jesús, venir a él, aceptar su testimonio, admirar sus signos; y después comerlo como pan que alimenta y robustece. En la Eucaristía encontramos ambas mesas: la de la Palabra y la de la Eucaristía, tan estrechamente unidas entre sí que forman un único acto de culto, según el Concilio Vaticano II (SC 7).

Hermano, hermana, la Pascua es un tiempo ideal para profundizar en la comprensión de la celebración eucarística y para extraer de la Eucaristía las inmensas riquezas que contiene de cara a la propia edificación y a la de toda la comunidad.

Ojalá el Señor te conceda vivir mejor la Eucaristía en esta Pascua. Todo esfuerzo que hagas para conseguir ese objetivo estará bien empleado.

Por si te sirve, te reseño un folleto del Autor publicado en Caracas por la editorial Hijas de San Pablo, año 2005: Para vivir la Eucaristía y participar en ella paso a paso. Guía práctica.

A LA LUZ DE LA PALABRA QUE DIOS ME REGALA HOY

POR LA MAÑANA.- Puedes preguntarte:

1) ¿Cuál podría ser el plan de Dios sobre mi vida en este nuevo día, que no es uno más, sino único para Dios en su amor que es siempre nuevo?

2) ¿Qué podría mejorar en mi relación con Dios durante el día de hoy? ¿Cómo quiero vivir hoy la Eucaristía o hacer mi oración personal, encuentro con Dios y con los hermanos?

3) ¿A quién podría estar lastimando en este día, a quién le podría estar haciendo sufrir? ¿A quién puedo, de hecho, estar defraudando, apenando, comenzando por la propia familia, y por la comunidad parroquial?

4) ¿A quién podría ayudar en este día? ¿Cómo voy a transmitir el amor de Dios en este día, con qué personas me voy a ver? ¿Quién puede estar esperando algo de mí? Si Jesús estuviera en mi lugar, ¿qué puedo suponer que diría o haría?

5) ¿Cómo me debe cambiar hoy la Resurrección del Señor, y su actualización sacramental realizada en la Eucaristía, sea diaria o dominical? ¿Qué fruto espiritual derivado de la misa dominical podría cultivar hoy: sinceridad, petición de perdón, afabilidad, alegría, alabanza y bendición?

POR LA NOCHE.- Puedes preguntarte:

1) ¿Cómo he respondido al plan de Dios sobre este día ya pasado? ¿En qué he cumplido y en qué he fallado?

2) ¿Cómo le ofrezco a Dios lo bueno, y le pido perdón de lo deficiente?

3) ¿Cómo le agradezco a Dios su paciencia conmigo, y cómo renuevo mi confianza en Dios que siempre me espera y me da nuevas oportunidades? Le doy gracias por lo bueno, y le ofrezco lo malo para que Jesús supla mis deficiencias: él dio gloria perfecta a Dios Padre por mí y en mi lugar. Me alegro en Jesús, mi hermano mayor, mi Redentor.

4) ¿Cómo rezar debidamente la oración del anciano Simeón, antes de acostarse: “Ahora, Señor, según tu palabra puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador…” Que siempre alcancemos esa paz antes de descansar para poder decir con el salmista: En paz me acuesto y en seguida me duermo porque tú estás conmigo, tú solo me haces vivir tranquilo.


Santos Felipe y Santiago, apóstoles

May 3, 2024

Tres de Mayo:

Santos Felipe y Santiago, apóstoles

Sts Philp and James
Santos Felipe y Santiago, apóstoles


Antífona de entrada

Estos son los santos varones a quienes eligió el Señor amorosamente y les dio una gloria eterna. Aleluya.

Oración colecta

Señor Dios nuestro, que nos alegras todos los años con la fiesta de los santos apóstoles Felipe y Santiago; concédenos, por su intercesión, participar en la muerte y resurrección de tu Hijo, para que merezcamos llegar a contemplar en el cielo el esplendor de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: 1 Corintios 15, 1-8

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe.

Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto:

que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí.

SALMO 18, 2-3. 4-5

A toda la tierra alcanza su pregón.

El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Aclamación antes del Evangelio: Jn 14, 6b y 9c

Yo soy el camino, y la verdad, y la vida –dice el Señor–; Felipe, quien me ha visto a mí ha visto al Padre.

EVANGELIO: Juan 14, 6-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.»

Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»

Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mi ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre» ? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí?

Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, hace sus obras, Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.

Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre; y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.»

Antífona de comunión: Jn 14, 8-9

Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Felipe, quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. Aleluya.

3 de mayo
San Felipe y Santiago, apóstoles

Felipe, nacido en Betsaida, primeramente fue discípulo de Juan Bautista y después siguió a Cristo. Santiago, pariente del Señor, hijo de Alfeo, rigió la Iglesia de Jerusalén; escribió una carta canónica; llevó una vida de gran mortificación y convirtió a la fe a muchos judíos. Recibió la palma del martirio el año 62.

LA PREDICACIÓN APOSTÓLICA
Del tratado de Tertuliano, presbítero, sobre la prescripción de los herejes

Cristo Jesús, nuestro Señor, durante su vida terrena, iba enseñando por sí mismo quién era él, qué había sido desde siempre, cuál era el designio del Padre que él realizaba en el mundo, cuál ha de ser la conducta del hombre para que sea conforme a este mismo designio; y lo enseñaba unas veces abiertamente ante el pueblo, otras aparte a sus discípulos, principalmente a los doce que había elegido para que estuvieran junto a él, y a los que había destinado como maestros de las naciones.

Y así, después de la defección de uno de ellos, cuando estaba para volver al Padre, después de su resurrección, mandó a los otros once que fueran por el mundo a adoctrinar a los hombres y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Los apóstoles –palabra que significa «enviados»–, después de haber elegido a Matías, echándolo a suertes, para sustituir a Judas y completar así el número de doce (apoyados para esto en la autoridad de una profecía contenida en un salmo de David), y después de haber obtenido la fuerza del Espíritu Santo para hablar y realizar milagros, como lo había prometido el Señor, dieron primero en Judea testimonio de la fe en Jesucristo e instituyeron allí Iglesias, después fueron por el mundo para proclamar a las naciones la misma doctrina y la misma fe.

De modo semejante, continuaron fundando Iglesias en cada población, de manera que las demás Iglesias fundadas posteriormente, para ser verdaderas Iglesias, tomaron y siguen tomando de aquellas primeras Iglesias el retoño de su fe y la semilla de su doctrina. Por esto también aquellas Iglesias son consideradas apostólicas, en cuanto que son descendientes de las Iglesias apostólicas.

Es norma general que toda cosa debe ser referida a su origen. Y, por esto, toda la multitud de Iglesias son una con aquella primera Iglesia fundada por los apóstoles, de la que proceden todas las otras.

En este sentido son todas primeras y todas apostólicas, en cuanto que todas juntas forman una sola. De esta unidad son prueba la comunión y la paz que reinan entre ellas, así como su mutua fraternidad y hospitalidad. Todo lo cual no tiene otra razón de ser que su unidad en una misma tradición apostólica.

El único medio seguro de saber qué es lo que predicaron los apóstoles, es decir, qué es lo que Cristo les reveló, es el recurso a las Iglesias fundadas por los mismos apóstoles, las que ellos adoctrinaron de viva voz y, más tarde, por carta.

El Señor había dicho en cierta ocasión: Muchas cosas quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas hora; pero añadió a continuación: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena; con estas palabras demostraba que nada habían de ignorar, ya que les prometía que el Espíritu de la verdad les daría el conocimiento de la verdad plena.

Y esta promesa la cumplió, ya que sabemos por los Hechos de los apóstoles que el Espíritu Santo bajó efectivamente sobre ellos.